Desde que Judas plantara su famoso ósculo en la mejilla de Jesús, entregándolo a Pilatos, los besos se han ido sucediendo como muestra de cariño, antesala del placer o la traición. Los hay de tantos tipos como practicantes, materializando un vestigio de nuestra fase oral ... y de la actividad nutricia que desde el nacimiento nos convierte en mamíferos. Durante décadas, los que demostraban amor se vendían caros, sobre todo cuando era una española quien los daba, consagrando esas relaciones de copla, desiguales y aventuradas, en las que los protagonistas echaban a suertes una felicidad indisoluble, con una elección que debía durar toda la vida. Intentábamos salir a tientas de esa oscuridad, aproximándonos como podíamos al sexo opuesto, cosechando cobras y fracasos cuando nos aventurábamos a robar ese precioso botín que anticipaba el éxito posterior. Viendo todo ello con perspectiva, resulta un milagro que los de mi generación saliéramos medio normales, cuando para obtener los favores de nuestras pretendientes no teníamos otra opción que el salto al vacío.

Publicidad

Las nuevas formalidades y leyes tutelares tienen como consecuencia que para perseguir a unos pocos se nos robe la espontaneidad a todos, convirtiéndonos en seres medrosos, esclavos de una etiqueta tan ortopédica como lo era la represión de nuestra juventud. Resulta un sarcasmo que las mismas autoridades que, a causa de su incompetencia y soberbia, han proporcionado una libertad anticipada a verdaderos depredadores sexuales, reclamen airadamente por el gesto de un baboso con el fin de obtener un rédito político. No estoy defendiendo que un patán que ha hecho pasar un mal rato a una de nuestras deportistas, desprestigiándonos ante los ojos del mundo y robándole protagonismo a una gran gesta deportiva, deba irse de rositas, al contrario, el resultado de este sainete rebosa justicia poética. No por el dolo generado en la víctima sino por la cutrez de la reacción del casposo donjuán, trasunto de primate con ínfulas. Otra cuestión es el relieve mediático que ha alcanzado el vodevil, enmascarando la inflación galopante y la parálisis política.

Los adalides en esta encrucijada no pueden resultar más patéticos: uno suplicando a quién ansiaba fulminar y otro dispuesto a pagar un nuevo peaje al chantaje nacionalista. No seré yo quién desee la cárcel de ningún político, justificado indirectamente por sus electores, sobre todo cuando otros truhanes coronados campan por sus respetos a salvo de la justicia. Pero estas componendas que bordean el derecho y la desvergüenza tienen un tufillo que nosotros, abnegados contribuyentes, manteniéndonos a flote a duras penas, no merecemos. No hace falta esperar a los bárbaros para echarles la culpa, los bárbaros somos nosotros. Para salir de esta no es suficiente escondernos detrás de un pico. Necesitamos pico y pala.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad