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Es una gran novela del S. XIX, que narra la fricción entre amor e interés, la conveniencia y la pasión. Jane Austen se vio obligada a publicarla anónimamente para ocultar su condición de mujer, en aquella sociedad victoriana regida por los hombres y las apariencias. ... Parece ser que en Gijón existen algunas formaciones políticas cuyo afán es el de mantener ese mundo malsano de ocultación, en el que las personas con una tendencia sexual determinada han de esconder sus preferencias y mostrarse avergonzadas por ellas, limitándose a un amor y un sexo clandestino, dentro de un armario insonorizado. Y digo amor y sexo porque hasta hace poco solo se reconocía al homosexual en su concupiscencia, negándole, desde el mismo lenguaje, su derecho a amar. En el arte se usaba el adjetivo 'homoerótico' cuando pudorosamente nos referíamos a una representación no heterosexual. Tuvieron que pasar años y trabajos para que se tildara estas imágenes como 'homoafectivas', poniendo otro ladrillo en el camino de la normalización social de todo aquello que es normal en la naturaleza. La oleada ultra-conservadora que padecemos no se produce por una nostalgia del ayer, en la que todo el mundo conocía con certeza su lugar y unos pocos disponían de unos privilegios que otros jamás tendrían; es una deriva mucho más peligrosa, que niega los hechos y desprestigia el saber, esgrimiendo sus prejuicios y su odio al diferente. Si de algo sirven los 'días de', los minutos de silencio o las manifestaciones públicas de repulsa no es para que los malos reflexionen y modifiquen sus actitudes, sino para hacer visibles a los representantes políticos, tan seguros y orgullosos del veneno que portan, que son incapaces del más mínimo gesto, por inútil que sea, en pro de denunciar hechos presentes y recordar agravios pasados.
Los ideales que alumbraron la Revolución Francesa se han quedado en que la 'libertad' se limita a la adquisición de bienes o servicios que podamos permitirnos, ofrecidos desde todas partes, y si acaso algún amor de fin de semana. La 'fraternidad' queda reducida a los seguidores de nuestro equipo de fútbol, y si otros son del equipo vecino esa hermandad se convierte en odio o envidia. Por último, la 'igualdad' está sigilosamente controlada por cámaras de seguridad, tráfico de datos personales o cibervigilancia, para garantizar no que todos seamos iguales, sino que ninguno sea distinto, no vaya a ser que no compre los productos que sabemos que necesita o acabe juntándose con otros diferentes para acabar dinamitando el edificio, terminando con 'todo lo que hemos conseguido'. Si los rebeldes y descontentos no son escuchados por el partido que les correspondería por su clase, opinión o condición, abrazarán cualquier otra opción. Entonces ya será tarde.
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