Mientras miles de varones atraemos el sueño leyendo un libro, otros miles, quizás millones, devoran tutoriales y píldoras de auto-ayuda, acerca de cómo ser un hombre alfa y dejar de ser un beta pagafantas. Las relaciones entre hombres y mujeres, hasta tiempos recientes, se ... reducían al ámbito conyugal o al pecado, atendiendo a la conveniencia, la paridad social y la procreación, que garantizaran la fuerza de trabajo y el sostén de los progenitores en su vejez. La filología nos informa, gracias a la cantidad de sinónimos existentes, sobre la riqueza real de un concepto y sus matices. Sorprende comprobar que mientras el amor posee una sola acepción en español, alemán, inglés y francés, tiene tres en griego, ochenta en persa antiguo, y llega a noventa y seis en sánscrito. Quizás nos hemos perdido algo en el largo camino de nuestra historia cultural. La conciencia de esa pérdida y la búsqueda de esos matices olvidados pudiera ser el primer paso para alcanzar la felicidad, o al menos la ausencia de dolor. La confianza ciega es tan dañina como la desconfianza perpetua. No podemos abandonarnos a lo que perciben nuestros sentidos sin calibrar cómo estos también nos engañan, cuando vemos sólo lo que queremos ver y oímos sólo lo que nos interesa.
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Cada sujeto codifica sus estímulos sensoriales y los evalúa de una manera personal. En el amor y la atracción sexual las percepciones objetivas son imposibles. Cómo en la cabeza del dipsómano o la del adicto a los estimulantes, el deseo y el amor inducen sobre nuestra mente imágenes deformadas que en realidad son proyecciones de nuestros anhelos. Aquello que percibimos es sólo producto de nuestra imaginación, pero al ser presentado como real pasa automáticamente a formar parte de la realidad. El hombre, inventor de los dioses, huye de la soledad y es capaz de fabricarse una prisión a su medida con tal de que sea compartida. En el mundo precientífico, el humano primordial buscaba en la religión religarse, volver a ser uno con el todo y finalmente no estar solo. El emparejamiento se convierte en un ejercicio cinegético. Se trata de cobrar una pieza que responda a nuestras expectativas. La hipotética pareja pulula más o menos libre en la selva del mercado, y el cazador o cazadora ansía y sobrevalora las cualidades del sujeto de su elección. Si el objeto es apetecido por varias escopetas, su valor se multiplica. Una vez lograda la caza, aquel ser libre, apreciado por sus condiciones intrínsecas, pasará a ser un trofeo, que devolverá a su captor su imagen reflejada. El gesto espontáneo se convierte en una mueca congelada y el hombre o la mujer que vagaban libres son sustituidos por su valor de mercado.
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