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Son de muchos tipos, algunos aparecen muy cerca, como las pelusas de un viejo abrigo y se entretienen en elevar al otro a los cielos, para luego contemplar como cae. Otros se ocultan entre la masa, escondidos tras una careta y un nombre falso. Una ... ventana como esta puede actuar como un intermediario entre la realidad y como ella es percibida en todos los extremos del campo visual. Ya no se trata de convencer a nadie, que según Saramago es una falta de respeto que pretende colonizar al otro. La idea es proporcionar un espejo pulido, que contrarreste los reflejos deformados de los discursos del odio o la autocomplacencia. Cuando a alguien le preocupan las gafas del prójimo o su cuerpo de gimnasio, quizás debería ocuparse de nuestros propios michelines y adiposidades, atributos de las sociedades sedentarias y sobrealimentadas. Existe una gran masa de individuos que extraen de estos rebuznos singulares un relato general, que justifica la sospecha y la propia absolución. Buscan en el otro una mano extendida, sarmentosa y humillada, suplicando caridad, cuando lo que está mereciendo es un poco de justicia. Nadie en su sano juicio debería afirmar que podemos ayudar a todos. Una casa necesita puertas, ventanas y cimientos, y sin esto lo único que podemos ofrecer es la intemperie. El intento de convencer es de alguna forma un modo leve de coacción, pero cuando el discurso se enfoca en el odio y los juicios previos, este suave empuje en pos de una razón, que nos descubra como humanos, se convierte en un discurso de odio que nos transforma en miserables. Desde estas mismas páginas se ha denunciado que no podemos tolerar que en algunos barrios europeos se haga fuerte la 'sharía'. Ya tenemos suficientes taras propias como para importar lacras ajenas, pero estos ghettos, como las borrascas, solo progresan frente a un espacio vacío. No nos deberíamos permitir el lujo de dejar la polémica en las manos de los vociferantes, ni los barrios humildes a disposición de mafias de delincuentes, ludópatas o religiosos. La paradoja que siempre emerge de un debate sin una solución clara nos aproxima en este caso a quienes simultanean los golpes de pecho de nuestra religión mayoritaria, con una supina ignorancia del dolor ajeno. Existen discursos en los que se busca tener razón y otros en los que se explora honestamente una cuestión, sin saber nunca lo que se va a encontrar. En el reciente suceso que nos apena, los únicos psicópatas son los que se erigieron en acusadores, sin otra prueba que su odio. Un niño que tuvo la mala suerte de estar en el peor sitio en el peor momento, y una mente enferma descuidada por un mundo miserable.
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