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Nos enteramos, con asombro, de que una mujer ha permanecido metida en una cueva casi dos años y que solo ha salido porque, al parecer, se le ha estropeado el 'router' con el que se comunicaba con el exterior. Ignoramos si este empeño se debe ... a un concurso de misantropía extrema, del que no fuimos informados, a un tratamiento experimental contra la fotofobia o a llenar unos párrafos de ese libro absurdo de los récords -al que solo salva tener nombre de cerveza-, responsable de tantas indigestiones y excesos. También nos podemos poner intensos y proponer una lectura neo-platónica del evento, una especie de vuelta de tuerca al mito de la caverna. Recordamos que Platón, impresionado por la condena a muerte de su maestro, Sócrates, por el delito de corromper a la juventud, contándoles la verdad, ideó una alegoría en la que los hombres estaban encadenados en una caverna, de cara a la pared, de manera que sólo podían ver las sombras a contra luz de lo que ocurría en el exterior. Justo como nuestra civilización cree tener el mundo en la palma de la mano, cuando solo tiene acceso a un baile de sombras, trufado de anuncios, cebos y noticias falsas, a todo color y en alta definición.
A este que firma, también le apetecería a veces esconderse en un agujero o arrancarse los ojos, para no tener que contemplar impasible ciertas cacerías contemporáneas que nos devuelven abruptamente a la categoría de horda, desde la más o menos disimulada civilidad. Aún estaba caliente el cadáver de Fernando Sánchez Dragó, al que tuve el placer de tratar antes de que se escorara a la derecha -allá él y sus fantasmas-, cuando una pandilla de cafres se dedicó a maldecir y denigrar al finado en nombre de un supuesto affaire sexual, que sus más íntimos achacan al afán de epatar del personaje, que en algunas ocasiones devoraba a la persona. No manifesté apenas mi duelo por el que fue aliado en mis comienzos en el mundo del libro y uno de los mayores divulgadores literarios en lengua española, sin meternos en sus méritos como escritor, cuando un pequeño, pero ruidoso, grupo de 'odiadores' ociosos me acusaron sin ambages de cómplice de la pedofilia. Cada vez tengo más claro que muchos supuestos ilustrados no soportan la cultura generalista, que como un traje de arlequín, multicolor y lleno de remiendos, lucía como pocos Sánchez Dragó. Son incapaces de comprender que el auténtico arte es inanalizable. Debussy, en el lejano 1889, contestó al ser preguntado por la ausencia de normas de su música: «No hay teoría, basta con escuchar. El placer es la regla». A la cueva que se metan ellos.
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