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La poesía siempre alcanza donde la razón o el sectarismo no llegan. Cuando la humanidad vuelve a relucir por su ausencia y el juicio de horda intenta campar por sus respetos, me vienen a la memoria los versos inmortales de un poeta brasileño, maldito por ... ignorancia, Augusto dos Anjos, que transparentaba en su voz la más recóndita estancia de esta jauría antropomorfa, que a la primera oportunidad se viste de veredicto popular: «Las manos que acarician son las mismas que apedrean».
El antaño tribuno de la renovación, devino en ángel caído, en ventosidad inoportuna en un ascensor atestado, en una pestilencia ajena que nadie quiso oler. El niño que se lucía desde el burladero parlamentario, poniendo las peras al cuarto a la 'fachosfera', derivó en muñeco diabólico, fauno sin bosque, lúbrico peón del 'donde dije digo, digo Diego', sátiro patético más falso que una falsa denuncia. El más listo de la clase se convirtió en un apestado al que no querrá seguir ni su propia sombra. Se pinchó los cataplines con la cajita de los anzuelos, que usaba para pescar los votos de ingenuos idealistas que buscamos la pureza hasta en el fango de una riada. Confirmó a uno de los extremos del ruedo que todo es postureo y farfolla y al otro lindero, devenido en patrulla ideológica, lo reafirmó en que no existe un varón bueno, salvo los eunucos. Para acabar de completar, una exministra consorte, desde unas páginas que van desde el amor propio al ajuste cuentas, organiza su propia montería autoeditada, disparando con tinta de metralla a la antaño delfina que, como el disimulado Milhouse, también ayudó a romper 'Podíamos' para fundar 'Restar'.
Ya me dirán ustedes quien puede salvar esto, si añadimos al baile a un presidente que se lavó las manos con 'Agua de Valencia', asistiendo impertérrito a la incompetencia de un mandamás autonómico ocupado en inconfesables banquetes, fuera de cobertura, mientras su gente se cubría de barro y muerte. Esta es la historia del 'mocin' contra Mazón, que parece el titulo de una película de serie B, si no fuera porque aquí los muertos son de verdad. Lo más paradójico es que el 'mocín' de esta historia haya sido un dinasta al que nadie ha votado, que cargó la suerte entre el fango, mientras el presidente enamorado buscaba cobijo. Se te ha visto el plumero, dirán algunos, tras leer esta diatriba. Si dicen que digan, no me incomoda la libertad ajena, todos tenemos derecho a equivocarnos, excepto Iker Jiménez, al que no perdonan la libertad ni el éxito. No hay nada que propicie más el bulo que las medias verdades, versiones oficiales y mordazas, sin hablar de la Inquisición laica, que nunca descansa.
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