El Capitán Haddock fue para mí, como para muchos otros niños de mi generación, el primer instructor en improperios autorizados, que escapaban a esa gris denominación de 'palabrotas', que desacreditaban flagrantemente a quien las usara, colocándolo automáticamente en la categoría social más baja. No cabe ... duda de que insultar es un arte, casi tan meritorio como dejar de hacerlo, teniendo razón y ganas. Merece la pena rescatar algún exabrupto de aquel marino de papel, pendenciero y borrachín, con nombre de pescado, para darse cuenta de lo mucho que hemos cambiado, no sé si para bien.

Publicidad

Para muchos nostálgicos con pocas lecturas, ser un 'visigodo' es marchamo de patriotismo y resistencia, aunque los moros llegaran porque estos pueblos germánicos eran tan españoles que se mataban entre ellos. 'Parásito' podría ser cualquier personaje adyacente al poder, desde la primera familia del reino al más humilde de sus asesores y prebendados. 'Cleptómano' no sería otra cosa que un vulgar ladrón, eso sí, asistido por un prestigioso bufete de abogados que alegue compulsión y demostrara la alta cuna del reo. Con 'Vegetariano', uy ya lo tenemos más difícil, puesto que se unen la moda y la salud, conjurados contra el placer y las ventosidades del ganado vacuno. El 'ectomorfo', utilizado como insulto, nos enfrentaría de cara con la patrulla defensora de la diversidad, que tiene a bien concedernos el privilegio de ir a la playa con nuestras lorzas.

Este escribiente aportaría un improperio de cosecha propia, trufando el significado intrínseco con el hastío de la repetición. Sería 'iconoplasta', que es aquella persona, más o menos bien intencionada, que considera que acabando con los símbolos del contrario se termina, por arte de magia, con su afán de dar por el saco, o que trasladando al dictador de lugar se va a terminar la añoranza de la tiranía.

Convendría recordar que en Alemania, a pesar de que cualquier signo externo que tenga que ver con el nazismo está penado con la cárcel, los herederos del nacionalsocialismo están volviendo a rozar el poder con sus pringosos dedos. Sin necesidad de cambiar de idioma, podemos recordar al arzobispo mejicano Alonso de Montúfar, que ordenó enterrar la Piedra del Sol olmeca, por ser un símbolo de un paganismo sangriento que había que desterrar y enterrar para siempre. Tuvo que aparecer dos siglos después el ilustrado Virrey de La Nueva España Juan Francisco de Güemes para mandar desenterrar la piedra, contra la opinión de la jerarquía católica, como vestigio de un pasado que todos merecían conocer e interpretar según su propio raciocinio.

Publicidad

El Capitán Abadejo tenía razón, a pesar de los 'archipámpanos', los 'incas y Mussolinis de carnaval' y los 'Atilas de guardarropía'. El pasado siempre vuelve adonde progresa la idiotez.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad