Es como la plomada, nunca descansa. Su jornada no tiene fin, pero el vestuario siempre corre por cuenta de la empresa y trabaja al aire libre. Es un empleo fijo, aunque el quehacer resulte tan antipático como asustar a unos pájaros que desconocen la propiedad ... privada, alimentándose inocentemente del producto del sudor del hombre, o la mujer. Igual que en la universidad de la vida, donde no está permitido faltar a clase y la evaluación es continua, esperamos al verano para ser felices. Gozar del privilegio de los veinte grados de media y de un sol que nos da la espalda, jugando al escondite con nativos y veraneantes. Esa espalda, que para el gran Ambrose Bierce, era esa parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad. Es mejor aprender a hacerse querer por los abismos porque tarde o temprano tendremos uno delante. Nos podemos quedar tiesos y descoloridos, como un espantapájaros, o avanzar y dar un paso adelante. A quién camina se le aparece el sendero y los funambulistas nunca retroceden. Siempre hay personas lo suficientemente débiles como para negarse un placer, por miedo a un precipicio que es su mayor fantasía; aquello que fue reprimido un día, que, como el pasado, siempre vuelve. El hecho de que el mar esté lleno de medusas urticantes no es justificación para no meterse al agua.
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Era esa agua la que buscaban ayer dos turistas segovianas, que mantenían desplegado a duras penas un plano de nuestra villa, en una de aquellas calles azotadas por el Nordeste. –Queremos recorrer todos los escenarios de las películas de José Luís Garcí, me confiaron agradecidas cuando les indiqué el camino de las olas. –Pues no busquen una calle con su nombre. En esta ciudad practicamos un agradecimiento selectivo, quitamos una vía a Miguel Hernández para dársela a un comisario europeo por cumplir con su obligación, les respondí mientras las ayudaba a volver a doblar el mapa por sus costuras. –En todas partes es igual, me contestaron, cumplidoras, las viajeras, solidarias con mi momentánea contrición. –Lo sé, pero no me consuela. No puedo con las injusticias. Garcí dice que no viene a Gijón porque todos sus amigos están muertos y sólo quedan las lenguas dobles, que siguen comentando las botellas de whisky que se ventilaba durante sus rodajes, a cuenta del erario público. –Tendría sed y bien que se lo mereció, remacharon las señoras, que como buenas segovianas apoyaban implícitamente el consumo de destilados de cebada. –Si no fuera por sus películas nunca hubiéramos reparado en esta ciudad tan bonita. Muchas gracias joven. Me di la vuelta con destino a mis ocupaciones, como un espantapájaros a punto de ser liberado.
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