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Ver con los oídos, saborear con los dedos o palpar con la nariz es tan lógico como tener días grises, prendas en color chillón o ... derrotas que saben a victoria. El sonido del silencio a veces es el más insoportable de los ruidos. 'Now and then' es el nombre del último milagro de la inteligencia artificial, aliada con el talento de los dos Beatles supervivientes y la autorización de las viudas de los que faltan, exhumando el último rescoldo del mejor grupo musical de todos los tiempos. Prendido, por acaso, en un viejo cassete en el que John Lennon encapsulaba la enésima demostración de amor a su mitad, Yoko. El bardo de Liverpool que tan era capaz de maltratar con rudeza a sus parejas, como de hacer transparentes sus sentimientos con una poética que corta la respiración. Para el autor de 'Because' no existen otros porqués cuando escribe: «El amor es viejo, el amor es nuevo, el amor lo es todo, el amor eres tú».
'Now and then', renacida entre cenizas de hierro y cromo, es como una llamada de aquella novia de la que te separó la vida cuando el sentimiento aún quemaba y se disolvió en un océano de distancia. Ese amor total que, cuando es verdadero, es una puerta que nunca más cerrará del todo, dilatado el marco por un mar de lágrimas. Como una larva presa en ámbar que vuelve a la vida en forma de mariposa, una alegría dolorosa por efímera en la que se unen el principio y el final de una historia convertida en eterna. Desencajar el amor como concepto, liberarlo de su prisión, limitada al afecto fraterno-filial, al amor reducido a la pasión de pareja -a veces neurótico o esquizofrénico, casi siempre posesivo y limitado por las relaciones sexuales- por un sentimiento universal que se ocupa de la humanidad en su conjunto.
Los Beatles abrazaron la concepción de Empédocles, que consideraba el amor como una fuerza cósmica y unificadora, que marcaría el camino para la armonía, la paz y la felicidad de todos. En la historia del arte conviene recordar cómo todo valor, por incontestable que sea, puede ser puesto en cuestión con mejores o peores argumentos. En la frase común en que los críticos hablan de «rendirse a...» suele haber un poso de condescendencia. Los burgueses de Bonn no apoyaban a Beethoven porque les agradase su música, que consideraban demasiado disonante, sino por puro esnobismo. Ya no es la catarsis de un público adolescente, que había encontrado en la música de sus primeros discos una salida a la represión y el conservadurismo de la sociedad británica, es viajar a un paraíso de sonidos del que un día fuimos expulsados.
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