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Campo de Caso está en el corazón de Asturias, aunque a veces viendo lo que pasa parece que Asturias no tiene corazón. No ha sido suficiente que Caso y Sobrescobio sacrificaran sus mejores tierras para darnos de beber y surtirnos de electricidad, también tienen que ... soportar que sus cumbres vírgenes sean mancilladas por torres de alta tensión, setenta moles como peinetas de acero, ocupando el espacio sagrado de nuestros ancestros. A pesar de que la idea inicial fuera soterrar esas conducciones, la monarquía del dinero puede más que el sentido común, mucho más que el paisaje y que unos pocos habitantes envejecidos y aislados. Es un sarcasmo que en el parque de Redes no llegue internet y que tengamos que buscar cobertura esquivando las zonas de sombra. Todo está permitido para quien sostiene la sartén, utilizando hasta al venerado cuerpo de la Guardia Civil, siempre disponible para ayudar, como cordón profiláctico para impedir las manifestaciones de los vecinos indignados.
Toda una generación ha tomado una posición prenatal, incapaz de defender sus derechos, abducidos por el sofá, la manta y la pantalla. Las capillas de pueblo se caen a pedazos ante la indiferencia de unos fieles eléctricos que matan la vaca para comprase la leche con el dinero. El tractor amarillo hoy es un Lamborghini que no baja de sesenta mil euros. De ganaderos a ganadores hay solo dos letras de diferencia y un abismo de olvido administrativo que ignora a un colectivo al mismo tiempo que lo desprestigia. En el medio rural todo está prohibido, al gusto del burócrata de turno que nunca tuvo que agarrar una fesoria ni arrancar una patata del suelo. La cabaña de montaña se ha convertido en un cebadero de lobos, de los que se desconoce el número, no vaya a ser que reparemos en que son muchos más de los que hacen sostenible una convivencia armónica con el hombre y sus actividades productivas. Las historias se repiten, sólo cambia el nombre de los un día valles prósperos, sacrificados a la modernidad. En Grandas de Salime, las primeras aguas de su embalse fueron las lágrimas de sus vecinos y de los trabajadores esclavizados que llegaron desde todos los rincones de aquella España hambrienta. Los habitantes de la aldea de Villarpedre no tuvieron electricidad hasta décadas después de haber malvendido sus mejores tierras y hoy sólo quedan tres habitantes y una docena de casas languidecientes. Hablando del tiempo se nos pasa la vida y dándole nuevos bríos a la tradición pasó su vida Rosa Cunqueira, cuya desaparición cruel nos tiene desolados. Su guarida en Degaña no se volverá a iluminar con su sonrisa y su sabiduría arcana y popular. No permitamos que la electricidad venza a la luz.
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