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Es como la piel, algo que nos distingue y discrimina. La fortuna de nacer en un lugar u otro es esgrimida como un valor propio, como si el que saca pecho hubiera contribuido a forjar esos hechos diferenciales tan parecidos en todas partes, que tanto ... enamoran a los nacionalistas. Nadie debería estar por encima de la ley, pero tampoco por debajo, atribuyéndole la etiqueta de delincuente únicamente por su origen. Nunca sabemos quién nos hará soñar, ni quién nos hará sufrir. Anticipar esos sentimientos antes de que sean reales, es propio de un pensamiento fatalista, como el de los que auguraban las peores enfermedades para quienes se aventuraban a viajar en tren, asegurando que la velocidad desordenaría sus vísceras. La disposición al cambio es un atributo de las personas inteligentes, que no se abandonan a esa creencia solidificada y a menudo falsa que resultó útil a nuestros mayores. Tal vez jugar a la pelota sea algo banal y cuando nuestra civilización se extinga, otros seres mutantes investiguen cual sería la función de esos enormes espacios dedicados al juego y su contemplación. En el teatro griego de Epidauro aún se escuchan las palabras de Eurípides, Sófocles o Esquilo, pero no sabemos si en nuestros estadios resonarán en el futuro los goles de hoy, convertidos en psicofonías, huellas inmateriales de una emoción colectiva que a muchos hizo más felices o desgraciados, en medio de una catarsis tan antigua como la vida humana. El orgullo de barrio humilde de un niño futbolista es un torpedo en la línea de flotación de la dialéctica del odio. La expresión genera la impresión, y una impresión repetida crea el arquetipo. Igual que los bloques de letras de las antiguas imprentas, los comportamientos ganan peso con el tiempo y la repetición, hasta conseguir dejar marcas en el conocimiento general. Podemos considerar que el pariente indeseable del arquetipo es el prejuicio, esa manera de abandonar el pensamiento y heredar impresiones ajenas, tan propia de las mentes cerradas. A la hora de escribir estas líneas ignoro cual será nuestro grado de felicidad balompédica, pero si sé que nuestra dicha tiene hoy otros colores y otros acentos, que han venido del otro lado del mar para mejorar, pero también para mejorarnos, de igual manera que en otros tiempos nosotros atravesamos el océano, en busca de lo desconocido para encontrar lo nuevo. En simultaneidad con esos nuevos españoles, quebrando la cintura de sus rivales, descubrimos con alivio que el gran partido conservador se libera de una parte de las excrecencias surgidas en sus alerones, empeñadas en recuperar viejos catecismos y volver a enterrar en olvido a quienes fueron sepultados como perros en las cunetas. Parece que ha quedado buen día. Aprovéchelo.
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