Uno percibe que el amor al comercio ha vencido a la tradición cuando ve por televisión, anunciando sopicaldo, a un cocinero de postín. En los tiempos difíciles, las pastillas de caldo eran un recurso para abrir las comidas y entonar el cuerpo con un simulacro ... de pollo y fideos. En mi niñez circulaba un chiste blanco que explicaba la historia de aquella parroquia tan pobre que la misa del gallo la hacían con Avecrem. Si observamos la composición de muchos alimentos procesados, leemos que «pueden tener restos de soja», o de cualquier otro producto de la misma cadena de envasado. Las promesas de los políticos son como el glutamato: pueden contener un vestigio de verdad, les echan demasiada sal y nuestra obligación es creerles lo justo. El tren que circula por esa variante que costó una millonada es un simulacro cruel. La FIFA, una franquicia creada para hacer negocios y los ideales deportivos reposan en el olimpo y en las retinas de quienes conocimos el fútbol que no vivía de vender camisetas, sino que las sudaba, en deuda con el escudo y no con la billetera.
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Todos sabemos que Gijón es mundial, pero nuestra opinión tiene el mismo valor que el parecer de una madre hacía su prole. Cualquier emprendimiento conlleva un riesgo, pero quién no se moja no cruza el río, esa corriente de agua oxigenada por el movimiento tan diferente del agua de un pantano, que solo cría lodo y parásitos. Exigimos la perfección entre los que nos mandan porque fuimos educados con vidas de santos, salvadores de la patria y héroes de la lucha antifranquista. Los gobernantes deberían pasar desapercibidos, como los buenos árbitros de fútbol o la próstata. Un inquietante aforismo hebreo dice: «tus amigos están cerca, pero tus enemigos están aún más cerca».
Asturias no puede ser simplemente un buen lugar para visitar, debería ser una tierra donde a la gente le gustaría vivir. Si alguien observa nuestra pirámide de población no puede llegar a otra conclusión que no sea la de que necesitamos habitantes. Nuevos asturianos que repueblen nuestras alas y las pongan a volar, con nuevos proyectos de vida que respeten el medio y llenen de nuevo de vida las piedras deshabitadas. La última tontería que uno tuvo que escuchar es que los trenes de cercanías debían parar en menos sitios, como si los modestos apeaderos de la vía estrecha no fueran el único recurso para desplazarse de quienes viven en poblaciones dispersas y no disponen de un automóvil o no les da la gana usarlo. El tren es un recurso esencial para aligerar nuestra huella de carbono, pero la cuestión es que la culpa sea siempre nuestra. ¿Cueces o enriqueces?
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