Secciones
Servicios
Destacamos
A veces uno tiene la tentación de mirar alrededor como un alienígena aplicado, enviado desde el Cinturón de Orión para informar de lo que aquí ... sucede. Me imagino contemplando, sin pasión ni juicios previos, este universo de dolor, conformismo y autoengaño, como un pistolero rehabilitado, contratado por un puñado de medrosos pueblerinos del far-west para enfrentarse a unos facinerosos pagados por el cacique que quiere hacerse con el lugar. Asomado en la barandilla del eterno retorno, aguardo una epifanía, la alineación cósmica en la que la tierra se junte con el cielo y todas las verdades nos sean reveladas de golpe. Pero no soy ningún heraldo de los dioses, ni un espadachín mágico, apenas intento aprender a fiarme de mis sentidos, abandonándome al mundo y no a su representación mecánica.
La proliferación de estímulos negativos es tan extensa y los conflictos en los que un ciudadano común no tiene influencia, tan prolijos, que todo invita a tumbarse en posición prenatal y protegerse la cabeza como los pasajeros de un avión en un aterrizaje forzoso. Como afirma Rumaan Alam, en su best-seller 'Dejar el mundo atrás', «la idea de que el mundo va mal es un tópico, pero en realidad va peor de lo que pensamos». En este momento de la historia, saturado de matanzas, ya no es necesario que un chalado ultranacionalista le pegue un tiro a un príncipe heredero, la multiplicación de zonas de fricción hace que el conflicto que nos lleve al crepúsculo de la civilización pueda estallar en cualquier sitio, desde el mar de China, a Tierra Santa, pasando por los cielos hostiles de la Rusia Imperial y la Europa adocenada, sucursal del Tío Sam. Las señales de zozobra inminente son tantas y tan variadas que sólo podemos meter la cabeza en un agujero como los avestruces o seguir en el escenario, como la orquesta del 'Titanic', esperando un incierto rescate en el último minuto.
No nos percatamos de que el mundo naufraga con cada patera que se va a pique, con cada desaparición de una especie o de una lengua. Y no es que ayudar al prójimo nos vaya a reportar ningún beneficio, porque como confesó un aristócrata zarista «por cada funcionario que contrato, obtengo cien resentidos y un ingrato». Pero la tentación populista siempre es la de considerar a cualquier colectivo tomando como ejemplo sus peores miembros. La honestidad de un conductor de autobús se ha convertido en noticia y cada vez resulta más difícil hacer política con los pantalones puestos.
La única receta que se me ocurre para este año que empieza, está encerrada en una canción de un viejo cuarteto setentero: «Si no puedes estar con quién amas, ama a quién está contigo».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.