De pronto, un pueblo desconocido para la mayoría de los españoles adquiere connotaciones de tragedia. Claro que en Madrid o Barcelona pasan cosas espantosas, pero ahí el lugar no cuenta para tu memoria futura de la historia del crimen. Ahora es Mocejón. En el pasado ... pudo ser Puerto Hurraco. O El Campillo. En Puerto Hurraco se trató de una venganza familiar. No es que eso tenga sentido, pero explica la barbarie. En Mocejón o El Campillo se trata de la mala suerte de un niño víctima aleatoria de un asesino y de la mala suerte de una joven que se va a vivir enfrente de un depredador. En Mocejón, al principio, que si menas, que si patatín. O «Estas cosas no pasaban en España». Pasaban. Para el azar no se necesita inmigración, ni legal ni ilegal. No se necesita gente de otra raza u otra religión. El «cuerpo a tierra, que vienen los nuestros», de Pío Cabanillas, no es solo para la política. Sirve para la vida y la muerte. En España. Donde sea.
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