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La realidad aritmética que muestra el declive de la pandemia de coronavirus en España se sintetiza en un 90% de vacunados y un 4% -cuatro millones y medio de personas- que se obstina en asumir el riesgo de contraerlo y contagiarlo. Estos porcentajes se reflejan ... también en los hospitales: en uno de los más importantes de Madrid había el viernes 20 enfermos graves en la UCI y dieciocho eran negacionistas. No parece que haga falta extraer consecuencias, que será difícil que saquen, de su obstinación a los resistentes a vacunarse.
Crece el número de conversos ante la evidencia de que las vacunas son eficaces y, contra lo que temen, que no causan problemas graves a quienes las inyectan y sus efectos momentáneos son muy pequeños. Como la alternativa es lo último que todos deseamos, resulta imposible entender semejante actitud, incluso hostil y beligerante. Por supuesto que somos libres y hay que respetar la voluntad de los demás, incluida la de quienes recurren al suicidio como última solución. Lo que ya no es admisible es que algunos negacionistas intenten sentar catequesis sobre su rechazo a la ciencia.
Un cartel de grandes dimensiones advierte a los viajeros en la autopista de La Coruña, a las afueras de Madrid, que las vacunas contienen grafeno. Imagino que es una forma de alertar de algo que consideran muy peligroso. Los científicos no corroboran esta advertencia ni parece procedente que unos iluminados por su regreso a la brujería se tomen la iniciativa de asustar a los demás y conminarlos a no vacunarse. Resultaría pintoresco, si no se tratase de algo tan grave, hacer un repaso a las teorías que se escuchan para justificar su obstinación.
Las últimas coinciden en asegurar que las vacunas que muchos hemos recibido han sido preparadas por los gobiernos para introducir en el organismo unos transmisores microscópicos que permiten a los servicios de inteligencia conocer todos los secretos que ocultamos y así tenernos controlados. Ningún dato científico avala semejantes delirios de los iluminados que se consideran, imagino, ungidos por la fe sobrenatural para salvarnos.
En otros países, empezando por los Estados Unidos, como las autoridades no pueden obligar a vacunarse, son las empresas las que, en un intento por evitar los contagios y malos ejemplos, a los trabajadores negacionistas les apartan de sus puestos, los recluyen a lugares aislados y les degradan con ocupaciones subsidiarias cuando no aprovechan la menor oportunidad para despedirles. Algunos ceden a regañadientes, pero nunca faltan los que prefieren asumir las consecuencias de su cabezonería e ir al paro.
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