De niño el llamado Miguel Bosé conoció a ilustres personalidades, puesto que su padre, de profesión torero, era amigo de Pablo Picasso, con el que compartía el amor por la sangre de los toros. Y era amigo también de Francisco Franco, aficionado este último a ... la sangre de los toros y otras sangres. Su madre fue Lucía Bosé, de joven Miss Italia, con toda la competencia enorme que hay en ese país de mujeres hermosas. Era también buena actriz, en aquellas películas que nos llegaban del último neorrealismo, como 'Cronaca di un amore'; lo que evidencia que la raza degenera, observando a su descendiente. Lucía Bosé y Luis Miguel Dominguín se casaron, tuvieron algunos vástagos y luego se descasaron. Nada anormal. Pero lo que ocurre con los famosos, que lo son por cualquier causa provechosa o espuria, es que la prensa cretinizante y la telebasura se hacen cargo de lo que paren, poniéndolos también en primera línea y van conformando un ejército al que no sabemos ya cómo atender. A estas alturas me imagino al lector diciendo que me desentienda de ellos, que la atención que les presto me convierte en cómplice. Pero es mentira, eso no es lo que dicen los sociólogos ni todos los especialistas de conducta: que a este paso llegaremos a tener a una sociedad, más que enferma, podrida. El pasado sábado en la Sexta pusieron, de un lado, a un pelotón de expertos en asuntos médicos debatiendo los pormenores de las vacunas y, del otro, a Miguel Bosé manifestándose negacionista ante las preguntas que le hacía el reportero. A tal conclusión había llegado el astro después de meterse, según sus palabras, dos chutes diarios de cocaína.
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Pero las palabras de Miguel Bosé, Victoria Abril y otros oradores de taberna y cuchitril, no caen al parecer en vano y pueden ser oponentes serios de la ciencia. Ya los antiguos griegos, que nos dejaron la palabra demagogo, sabían que el discurrimiento del sabio tenía que chocar con la aridez del necio. Pero los necios que son multiplicaciones de famosos, tienen los canales abiertos para sembrar sus necedades o sus cuitas, que a nadie deberían importar más que a la justicia si hubiera menester. Ahí tenemos al hijo de Isabel Pantoja, la hija de Rocío Jurado, y ahora nos aparece también una de la saga de Isabel Preysler, diciendo que a ella le corresponde elegir vacuna. En su día, desde su universo feudal y de niña pija, le parecía bien que las infantas se hubieran vacunado en Abu Dabi, puesto que cualquiera de nosotros podría hacer otro tanto.
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