Secciones
Servicios
Destacamos
Como habíamos conocido el sabor del encierro, la melancolía de los abrazos prohibidos, la desilusión de los planes rotos, por no hablar del miedo y el dolor de las muertes sin despedida, en cuanto vislumbramos un destello de luz que se colaba por una grieta ... nos lanzamos como locos a recuperar la vida. De pronto, se hace urgente vivir, se exprime la fiesta como si nunca la hubiéramos disfrutado, viajar se hace imprescindible, y es como si nada hubiera pasado.
Creímos, con la inocencia de las primeras veces, que eso tan fuerte que nos había ocurrido como sociedad, una experiencia colectiva tan intensa, aunque no modificara nuestra conducta (ya sabemos que eso de cambiar es un asunto de difícil consecución), al menos permanecería en nuestra memoria con esa condición de indeleble que deja la tinta de lo extraordinario. Pero no parece. Se ha impuesto la estampida, ha ganado la necesidad de apurar el instante y hasta algún indocumentado se empeña en exhibir lo del 'carpe diem' como base filosófica de esta desbandada general, en la que se ha ahogado cualquier memoria de los días, de los meses, de los hospitales, del sufrimiento.
Está bien eso de vivir la vida, de disfrutar, de superar el pasado y arrinconarlo donde no moleste. Hemos tenido bastante, decimos justificándonos, y además, por si acaso, por lo que pueda ocurrir, qué menos que vivir ahora. Naturalmente. Y lo que estorban las mascarillas. Y que unas vacaciones bien merecen que nos gastemos los ahorros de tanto tiempo renunciando. Y que, si acaso, un préstamo. Que hay que vivir.
Este verano tiene algo de recuperación de la vida, pero en el fondo, en lo más profundo de nosotros mismos, sabemos que es mentira. Que la pandemia no se ha ido, que los riesgos existen, que hay una guerra y no está lejos. Y, sobre todo, elevándose por encima de nuestras risas, de la música y de las copas, está la amenaza de lo que vendrá. Aunque algunos se tomen a chirigota esas admoniciones porque, vamos a ver, cuándo un economista ha acertado algo, y bien que nadie vio venir la última crisis, la del 2008, de la que por cierto no parece nada claro que hayamos salido en algún momento. Y ponme otra cerveza, anda, que estamos en verano y nos lo merecemos después de todo lo que hemos pasado.
Estos meses, tienen algo también, y mira que me fastidia ser agorera, de último verano. No hay que ser muy listos, incluso desconfiando de la capacidad para la profecía de los opinólogos que salen en la tele, para intuir que se aproximan tiempos difíciles. Que como lo de Rusia con Ucrania no se arregla, la escasez va a ser algo más que una amenaza. Que los precios están como están, que el invierno será frío, largo y duro. Que volverá el bicho que nunca se ha ido, pero quién sabe con qué energía renovada. Que después de este jolgorio veraniego seguramente quedarán pocos agujeros en el cinturón de apretarse las privaciones.
Aun así, aun con todo, que tengan ustedes un maravilloso verano. Y a ser posible, que no sea el último feliz en mucho tiempo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.