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Estamos inmersos en un contexto en el que los datos que aportamos gustosamente a los dispositivos electrónicos se transforman en el nuevo oro negro. El ... tratamiento que el poder tecnocrático hace de ellos ha permitido la aparición de las inteligencias artificiales (IAs). Estas consultan, combinan, clasifican y agregan gigantescas bases de datos que poseen en sus memorias rebosantes de apropiaciones culturales, y de acuerdo a ciertas instrucciones entrenan a los algoritmos que calculan a la vertiginosa velocidad de sus potentes motores de búsqueda. El resultado de estos acelerados cambios tecnológicos trae consigo transformaciones en todas las dimensiones de la vida humana que interactúan bajo su poder: el trabajo, la creatividad, la educación, las relaciones sociales, la economía, la salud, el comercio, etcétera; por eso es necesario que se regule la alegalidad con la que actúan estas empresas, que se hacen legisladoras de sí mismas como norma, manipulan, extraen los datos y mercadean con ellos.
Ya conocemos el potencial de las IAs generativas, capaces de producir textos, trabajos, artículos, novelas, logotipos, imágenes, música, etcétera, que pueden pasar por creaciones originales. Sin embargo no lo son, porque se basan en el tratamiento de millones de frases, millones de artículos, millones de libros, millones de imágenes, millones de partituras, etcétera, que tienen autor o autores, a los que no se compensa económicamente por la utilización y el entrenamiento que los algoritmos hacen de sus creaciones. Por eso, los ciudadanos que utilizamos las tecnologías digitales debemos exigir que se regulen los derechos digitales fundamentales, como los de autor y el de preservación de la intimidad y la propia imagen, entre otros.
La lucha por la regulación de los derechos digitales ha comenzado. 'The New York Times' ha demandado a OpenAI (empresa creadora del famoso ChatGPT) y a Microsoft «por haber utilizado sin su consentimiento millones de artículos del rotativo para entrenar a sus algoritmos». Material que está protegido por derechos de autor. En similar batalla judicial contra las IAs se encuentra el estadounidense Matthew Butterick, diseñador, programador y escritor, que ha denunciado a Copilot por violar las licencias de código abierto. Es aquí donde se encuentra el meollo del asunto de los derechos digitales: ¿cómo delimitar en los contenidos que generan las IAS la frontera entre la autoría y el plagio? ¿Deberían pagar las empresas creadoras de las IAs derechos de autor por los datos utilizados, de los que se han apropiado? Cuando pedimos a una IA que haga alguna cosa, por ejemplo que genere una imagen, lo hará utilizando las imágenes con las que se han entrenado sus redes neuronales. Imaginemos que el entrenamiento se ha hecho con las pinturas de Pissarro, Dalí, Caravaggio, Velázquez… La IA hará lo que siempre se ha hecho en el proceso creativo: basarse en algo anterior. La historia del arte consiste en reversionar lo que hizo alguien antes (lo apuntaba también Whitehead, a propósito de la filosofía: «Toda la tradición filosófica consiste en una serie de notas al pie de la filosofía platónica». Yo discrepo de esta afirmación). En este límite difuso se mueven los contenidos generados por las IAs y lo que hay que aclarar en el marco del Derecho es hasta dónde pueden utilizar estos materiales de los que se han apropiado y están sujetos a derechos de autor.
De los veredictos de los tribunales ante estas impugnaciones contra las IAs, que reclaman fórmulas ingeniosas para proteger los viejos derechos fundamentales, dependerá que reconfiguremos bien un mundo lleno de desafíos y disrupciones y que hacen insoslayable una regulación del entorno digital. Las luchas que llevemos a cabo contra este tecnodespotismo requerirán de individuos decididos, pero hay que afrontadas mediante acciones colectivas. Si seguimos solos, atomizados, no conseguiremos nada contra estos gigantes de la tecnología. Que como afirmaba Zuboff, «hay un vació social que debe llenarse con nuevas y creativas formas de acción colectivas, si queremos que la ley actúe sobre el capitalismo de la vigilancia».
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