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En los últimos años en las sociedades avanzadas, especialmente las nuevas generaciones, se había olvidado la importancia que tiene la defensa. Quedaban ya atrás los ... recuerdos de las grandes contiendas mundiales y en España, por hablar de lo que nos afectó más de cerca, la Guerra Civil. La impresión que cundía en los ámbitos de opinión popular era que dotarse de armas modernas y mantener unas fuerzas armadas bien preparadas era un lujo sin sentido ni necesidad. Nadie pensaba ya en una guerra y menos en Europa. En el continente de los grandes conflictos históricos, tras el final de la Guerra Fría y la desaparición de la unión Soviética y su Pacto de Varsovia, se había llegado a la convicción de que por fin se impondría la paz.
Muchos consideraban que la OTAN era ya una organización anacrónica e innecesaria, que solo servía para que los Estados Unidos, que la encabezaban, mantuviesen su hegemonía internacional y sus ansias de ser la única superpotencia que quedaba. Hasta que surgió en el primer plano de la escena internacional un personaje, ya sospechoso por sus orígenes, llamado Vladimir Putin, que nunca ocultó sus ambiciones de poder internacional y su intención de destruir la Unión Europea. Y cuando menos se esperaba invadió el territorio de Ucrania, el vecino con el que mantenía mayor tradición de afinidad cultural, desencadenando una guerra sin sentido y, por lo que estamos viendo, sin calcular bien las posibilidades que tenía de ganarla.
Cuando estalló la guerra que ahora nos preocupa, e indirectamente nos trastorna, todos creíamos que sería breve, que la superioridad militar rusa convertiría la agresión en un paseo militar que permitiría a Putin ampliar el territorio de la Federación Rusa, en el que gobierna en régimen semidictatorial, como había hecho con la anexión de Crimea. Pues todos estábamos, él el primero, equivocados: no se esperaba que la autodefensa ucraniana fuese tan contundente y, sobre todo, que la ayuda prestada por la OTAN desde el comienzo del conflicto se convirtiese en decisiva para frenar la invasión, que quedó limitada a las zonas fronterizas, ya independizadas en la práctica aunque sin reconocimiento oficial.
Ucrania no pertenecía a la alianza y la organización no podía implicarse directamente en su defensa, pero ante la gravedad de la agresión acudió en su ayuda, proporcionándole armas y municiones que permiten a sus militares responder a la teórica supremacía de las fuerzas rusas. Las noticias poco precisas y fiables que llegan de la contienda ya descartan que la guerra sea breve. Los combates se prolongan siete meses, el número de víctimas aumenta cada día y lo grave es que no se vislumbran intenciones de que la guerra termine. Se da por descartado que una de las dos partes se rinda y lo peor es que la negociación, única solución que cabe, no se atisba.
Para los demás países queda abierta una lección: guste o disguste, se impone invertir en defensa. Quedarse atrás, negándose a mantener actualizadas las estructuras militares y la dotación de los arsenales, es una actitud suicida. Es una tranquilidad que en la negociación de los presupuestos para la próxima legislatura los que rechazaban incrementar las partidas para la adquisición de armas no hayan conseguido salirse con la suya.
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