El precio de la luz cada vez recuerda más a una competición de atletismo: los resultados todos los días se superan a sí mismos y baten sus propios récords. Desde que se iniciaron las pruebas, sin adversarios ni obstáculos, ya se ha logrado el récord ... de los récords. Nadie podría imaginarse semejante 'proeza'. Y puesto que se está logrando, lo más sorprendente es que nadie consigue explicar las razones, aunque mejor mirado quizás habría que decir las causas y los efectos.

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Las explicaciones que se han escuchado no aclaran el problema que de repente ha caído encima lo mismo a las clases más humildes que a la gran industria y todos los negocios. Para unos es un motivo de angustia a fin de mes y para otros un desajuste en los costes de producción. No se trata de una subida entre tantas como el coronavirus nos ha dejado en herencia, entre otras muchas desgracias.

Se trata de una subida galopante, imprevista, inesperada y sin tregua. En la calle causa preocupación e indignación. Las familias se esfuerzan en ahorrar, apagan luces, dosifican los minutos de la lavadora y se plantean alternativas domésticas, como las placas solares en los tejados. Lógicamente, el Gobierno expresa su preocupación, adopta decisiones de cuantía insuficiente porque lo que se reduce en IVA enseguida lo compensa el siguiente aumento cotidiano.

Las empresas alegan que sus ganancias no han crecido: por el contrario, sus acciones caen y las pérdidas en la bolsa alcanzan ya miles de millones. ¿De qué y de quién depende, por lo tanto, semejante desgarro económico y social?

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La electricidad es un producto de primera necesidad. Tener luz eléctrica en casa fue durante siglos una ambición, un sueño que poco a poco se fue convirtiendo en realidad. Una buena parte de la humanidad todavía no disfruta de este adelanto. En España eso no ocurre, salvo excepciones coyunturales -como en algún barrio marginal en las grandes ciudades-, la electricidad llega a todas partes y con ella todas las ventajas que proporciona. El desbordamiento de sus precios es una cuestión que inquieta en otros países de nuestro entorno e incluso en la Comisión Europea. Pero eso no consuela, solo sorprende más ante la incapacidad que se está revelando para encontrar soluciones. Algunos políticos que todavía creen en las nacionalizaciones han desbarrado con la utopía de nacionalizar su producción y comercialización. Prácticamente nadie se apunta a esta propuesta. La utopía de las nacionalizaciones ya se ha demostrado que es un fracaso. La solución tiene que llegar partiendo de la realidad.

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