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Recuerdo que cuando era niño en el colegio nos pasaban una hucha para depositar dinero cuyo destino eran los «niños chinos». En aquellos años siempre se decía que cuando el «gigante amarillo» despertase Occidente temblaría y hace tiempo que ha despertado. Pero tampoco en China ... es oro todo lo que reluce y la crisis inmobiliaria es un buen ejemplo.
Hace años se produjo un gran boom inmobiliario en el país como consecuencia del éxodo del campo a la ciudad de centenares de millones de chinos y, también, propiciado por el desarrollo económico del país que empujó a muchos chinos a tratar de tener mejores viviendas o una segunda vivienda. Como la demanda era muy fuerte, al igual que en España en los años sesenta, la gente compraba sobre plano, antes de que se llevase a cabo la construcción. En esas situaciones en las que, incluso, unos compradores venden su casa a otros antes de haber sido edificada, cuando el promotor quiebra genera un daño incalculable. El caso reciente de la gran promotora china Evergrande que tuvo una gran crisis de liquidez encendió las alarmas porque la crisis en cadena de promotores de vivienda dejó a millones de chinos sin casa pero con deuda bancaria…porque allí también la gente compra financiándose.
El siguiente paso dentro de esta secuencia fue que la crisis económica que ya asoma sus fauces en el país, con un crecimiento del PIB nulo, está retrayendo la demanda de vivienda y eso hace que los promotores tengan problemas para colocar sus nuevos proyectos. A eso hay que añadir el hecho de que China está empezando a sufrir las consecuencias de aquella política gubernamental que se implantó hace décadas de tener sólo un hijo, la cual ahora está generando el envejecimiento de su pirámide poblacional y eso implica, entre otras cosas, una menor demanda de viviendas. Todo ello está provocando cascadas de quiebras en inmobiliarias y promotores.
Como la economía está interconectada, incluso en un país como China que tiene una curiosa mezcla de dictadura comunista pero con grandes toques de economía capitalista y de mercado, ahora el problema ha salpicado a los bancos y entidades financieras ya que los promotores no pueden hacer frente al pago de sus deudas y los compradores de esas «viviendas fantasma» que no existen se están comenzando a negar a pagar sus deudas con el banco. El fenómeno ya se ha extendido a 22 ciudades y el gobierna duda en cómo afrontar un problema nuevo en el país.
Todo ello ha conducido a una especie de «Efecto Dominó» en el cual se producen quiebras en cascada, poniendo en peligro incluso al propio sistema financiero chino. Como prueba del declive del mercado inmobiliario, después de años de subidas incesantes en el precio de la vivienda, ahora ya se cumplen diez meses consecutivos de bajadas.
Por otra parte, los jóvenes chinos empiezan a tener menos confianza en el futuro y sus expectativas de empleo son cada vez peores y la juventud china comienza a soñar con ser funcionario. O sea, como en España. Incluso ya hay datos de alto paro juvenil, en torno al 19%, algo inimaginable hace décadas. El gobierno chino se enfrenta a un problema peliagudo porque una política laxa y timorata puede hacer que se extienda como un reguero de pólvora el problema y una política dura puede soliviantar a una población que empieza a mostrar su descontento. Otro dato que indica la debilidad del mercado inmobiliario chino es que el número de transacciones disminuye a un ritmo del 9,3% anual.
La prestigiosa analista financiera Charlene Chu advierte que el problema puede que esté sólo comenzando y que el sistema financiero chino corre serio peligro porque le esperan altas tasas de morosidad.
Aquella hucha en la que nos pedían que metiésemos el dinero para los niños chinos, no sólo está vacía aquí sino que empieza a estar menos llena allí. Los tiempos son difíciles en todo el planeta.
Dice Daniel Kahnemann, Premio Nobel de Economía del año 2.002 que cuando hay un entorno muy turbulento el ser humano toma dos tipos de actitudes. La primera es tratar de anticipar el futuro, lo cual no es fácil en estos momentos. La segunda opción es quedarse quieto y esperar. Los chinos lo expresan mediante un proverbio que dice que «cuando sopla un huracán es mejor no hacer nada y dejarse llevar». Claro que peor es ponerse de frente y abrir la boca como hacen algunos gobiernos.
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