La dignidad y la casa
REBECA FERNÁNDEZ
Viernes, 31 de enero 2025, 01:00
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REBECA FERNÁNDEZ
Viernes, 31 de enero 2025, 01:00
Hace unos días tuve ocasión de ver ‘El 47’, una película de Marcel Barrena, ambientada en las afueras de Barcelona, en la década de los años cincuenta. En una de las primeras escenas, aparece un grupo de personas, procedentes de Andalucía y Extremadura, que han ... dejado su tierra para buscar un futuro mejor. Con materiales muy pobres intentaban construir con sus manos unos barracones para poder vivir. Según la ley del suelo de aquel momento, si cuando amaneciera ese barracón tenía un techo las fuerzas del orden no podían tirarlo abajo. Cada noche trabajaban, sin descanso, para construir las casas, pero nunca llegaban a tiempo. Cada mañana eran destruidas a martillazos por los garantes de le ley. Hasta que deciden unirse para construir todos juntos una casa, cada noche, logrando la primera victoria de una lucha vecinal que se habría de mantener durante décadas.
Recordé entonces esas historias que me contaron en mi infancia sobre quienes, en la década de los cincuenta, llegaban a Avilés procedentes de Andalucía, Extremadura o de Castilla, como mi madre. En la ciudad los llamaban coreanos, porque al llegar tantas personas al mismo tiempo y en condiciones de pobreza, les recordaban a las imágenes de la Guerra de Corea, que entonces veían en el Nodo. «La villa se está llenando de coreanos», decían los señoritos que presumían de ser «de Avilés de toda la vida». Si hoy Avilés es una ciudad amable y acogedora, es gracias a quienes lo hicieron crecer desde los barrios y con todos los acentos.
En ‘El 47’ Eduard Fernández interpreta a un héroe vecinal, que logró mejorar la vida de las personas que habitaban en el extrarradio de Barcelona. Su nombre era Manolo Vital, un extremeño de un pueblo cercano a Alcántara. Me acordé entonces de mi tío Felipe Granados. Él también era un extremeño de Alcántara y también salió de su tierra para buscar un trabajo y un hogar, a mediados de la década de los cincuenta. Sus pasos lo llevaron a Avilés. Aún recuerdo su capacidad de sacrificio, su formación constante para aprender a manejar los ordenadores de Ensidesa, junto a una compañera llamada Marisa, que era de Llaranes. Además, fue un pilar importante dentro de la Asociación de Padres de Alumnos, poniendo en marcha numerosas actividades para toda la comunidad. Él y mi tía Goya sacaron adelante a mis primos, cuyas brillantes carreras fueron fruto del esfuerzo y de la magnífica enseñanza pública. El ascensor social funcionó, en este país, gracias al esfuerzo titánico de la generación a la que pertenecían mi tío Felipe Granados y Manolo Vital, un grupo de hombres y mujeres a quienes debemos mucho de lo que hoy disfrutamos.
Al igual que Manolo Vital, mi tío también levantó un hogar lejos de su tierra. Hace unos días, veíamos, en el telediario, las imágenes de miles de personas de Palestina recorriendo kilómetros para volver a sus casas, mejor dicho, a las ruinas que quedaban de ellas, tras los bombardeos del ejército de Israel. Volver allí les reconfortaba. Solo la dignidad puede darnos la fuerza necesaria para unirnos a los demás y volver a colocar piedra sobre piedra para levantar un nuevo hogar. Es urgente hacerlo antes de que amanezca, como sucedía en ‘El 47’. Antes de que el fascismo destruya todo lo que hemos construido.
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