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Todo lo concerniente al plan de vías de Gijón provoca un bien fundado escepticismo. No es para menos. Después de veinticinco años de la 'trepidante ... actividad' de Gijón al Norte, la sociedad estatal, autonómica y local creada para el soterramiento de las vías ferroviarias, el reciente acuerdo de las tres administraciones por el que las obras del plan de vías 'arrancarán' en septiembre de 2026 nos produce una incredulidad justificada. Y eso que se habla de empezar, algo más fácil y predecible que el verbo terminar, que sigue y seguirá por mucho tiempo en el limbo ferroviario.
Estamos acostumbrados a que los anuncios sobre el plan o 'plantón' de vías sean solo humo envuelto en maquetas y proyectos. Lo mismo que los compromisos en boca de ministros sobre este tema. ¿Qué fue de las promesas de Ana Pastor, de Íñigo de la Serna, de José Luis Ábalos? Pues eso: palabras, palabras, palabras, como dijo Hamlet. Sin embargo, a pesar de las pifias y engaños sobre las inversiones de infraestructuras en Gijón, quiero creer que las obras, más allá de la demolición del viaducto de Carlos Marx –las demoliciones siempre se dieron bien en esta ciudad– van en serio. Tal vez lleguemos a ver reluciente y funcionando, «antes de que el tiempo muera en nuestros brazos», la estación intermodal, el metrotrén y, lo que es más cercano, el parque central.
La única cosa buena que nos ha traído el intemporal plan de vías es el parque que esperemos que sea una realidad. Cuando en los años antes de la pandemia se presentó en la Semana Negra hacer del 'solarón' un parque y un pulmón verde, la propuesta se percibía como utópica, a pesar de su lógica aplastante y del fracaso de la venta en parcelas del terreno. Lo que entonces parecía una idea que aspiraba a 'coser' los barrios con una amplia zona verde en la que se integraría el parque de Moreda, es hoy una aspiración compartida. Diseñar el futuro parque para que no sea un mero corredor verde, es tan urgente como resolver el asunto de los colectores o demoler el viaducto de Carlos Marx.
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