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Monogamia, bigamia, poligamia, poliamor… Faltaba la fórmula posthumanista (el pre no asegura, pero el post tampoco apunta lejos) del transhumanismo (excesivo término), versión del interespecismo y profeta del derecho a casarse con una flor o ser pareja de hecho de tu mascota. Cuando Ikea llenó ... de confort nuestra vida al grito de «¡viva la república independiente de mi casa!», nació una fase evolutiva tendente a rebajar la estatura humana ante el afán por adorar su ombligo. La posición bípeda obligaba a mirar al otro, el ombliguismo independentista reduce el mundo a la parcelita dibujada por las extremidades al caminar, mirando al suelo a imagen del primate originario.
Puedes declararte a ti mismo, abrazarte hasta ahogarte, hacerte el amor, enviarte amorosas cartas, embarazarte (ignoro cómo, pero se exigirá invertir en investigación dada la prioridad social), pensión de viudedad contigo mismo, de divorcio por ensimismamiento o si, bajo los efectos de alguna sustancia, te das (a otro). La admiración, fuente de lucidez, deviene perplejidad ante el frikismo lucido que considera la novedad avance social y revolucionario gesto. Piense lo inaudito, cuanto más, mejor; grítelo y será un faro, un iluminado adorado en el altar del cretinismo rampante, sonante, cantante y (a)berrante.
Lo raro no es hacer un sayo de la capa, mojar chorizo en leche, andar al revés o imitar al Cromagnon, sino constatar el exilio planetario del sentido común, tomar por logro el frikismo exótico y reducir a refalfio exhibicionista los derechos. Mi felicitación al sologámico matrimonio, a Yo-yo y a Mi-mí, a Tu-tú y a Ti-tí, alfa y omega existencial, síntesis definitiva entre la mísera realidad y la utopía final. Quizá Marte sea su hábitat natural, pero temo más bien que serán bichos raros, como un servidor, quienes sean obligados a emigrar.
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