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Difícil casar pensamiento reflexivo, crítico, con uniformidad al concebir el mundo; se carga el muerto a la globalización, cajón de sastre y desastre. Lo sé, hay manos invisibles, manipuladores de catálogo, fontaneros de libro, lenguas viperinas, pero conviene preguntarse si el común de los mortales ... no participa y es cómplice, en tiempos dados a responsabilizar al otro del propio mal. Crece, en versión progre y carca, la sumisión política.
Basta que alguien discrepe para que aparezca el coro de 'hooligans'. Los partidos actuales anulan corrientes y tendencias, cocinan congresos reducidos, en su caso, a actos de afirmación; el crítico y la crítica, el verso libre, la mosca cojonera, son pixelados en la foto o sepultados por palmeros que jalean al divo, poseedor exclusivo de la verdad, adorado por acólitos que entregan su vida al vocero del nuevo dogma y del viejo pan. Paradójico, por apariencia y esencia, ver partidos políticos reducirse a marca electoral, patrimonio del líder, dueño del 'copyright', que amenaza con llevárselo a la tumba.
Trasladan 'a tiempos mejores' el congreso, los críticos son reducidos a cenizas, los picos de oro enmudecen, florecen los sordos de aparato y los estómagos gratificados convierten la vida orgánica del partido en materia inorgánica. ¿Cómo llama a participar quien lo niega en casa?, ¿crea ciudadanía negar el debate?, ¿puede ser ciudadano quien calla?... Cada vez más aplausos, cada vez menos manos alzadas, cada vez más gritos, cada vez menos palabras. Los partidos, viejos y nuevos, a diestra o siniestra, degeneran en franquicias o marcas en manos de líderes de polvo, ídolos de barro, que se creen genio y figura hasta… (llevar al partido a) la sepultura. Ignoraba que la terrestre vida política procedía de la celestial iluminación personal.
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