La concesión del premio Princesa de Asturias de Humanidades es un motivo de alegría. Premiar a figuras como Ordine causa alegría al reconocer el valor de una visión humanista del mundo y del saber, y un sentido de la vida, a veces asociado a pasado, ... a alcanfor protector de ropa vieja llena de recuerdos, guardada en armarios más por nostalgia que con intención de darle uso y vida. A veces los premios tienen un toque a añoranza, a volver la vista, a gratitud inútil al ayer. Ojalá no quedé en eso.

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Nada que objetar al ejercicio de memoria, pero su mayor homenaje sería ser revivida, convertir el recuerdo en oportunidad -al menos- para la reflexión. Sería perverso que, tras el discurso y aplauso, el premio quede en el desván de los recuerdos, como un viejo álbum fotográfico al que se vuelve como añoranza del tiempo ausente ignorando la vida contenida en tanta imagen. Valorar su humanismo y reivindicación de la dignidad de lo inútil, invita a hacerla realidad, opción de futuro, propuesta que mira adelante partiendo de tanta sabiduría acumulada durante siglos, sin los que el futuro será gris oscuro aun envuelto en papel de colores.

Suelen concebirse las humanidades como alternativa a la ciencia, como disyuntiva excluyente respecto a la tecnología, como si hubiera que optar entre atraso o progreso, ayer o mañana, barbarie o razón, Altamira o 'altas miras', cuando tal opción certifica la defunción en tiempos en que cierto uso de recursos técnicos pueden abocar a nuestra muerte... por éxito, a la superación del ser humano por anulación. Quizá estamos e uno de esos momentos en los que frente la inutilidad de tanto útil absurdo, conviene reivindicar la tremenda utilidad de esa sabiduría... inútil.

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