Superada una cifra, da igual ocho que ochenta, veinte que veinte mil... La barbarie se integra; multiplicar cadáveres vacuna contra la sensibilidad hasta volver aburrida la crueldad. El llanto deviene mueca para acabar en parálisis facial; los ojos, abiertos como platos ante el borbotón inicial, ... se ciegan tras la reiteración. Parece ser el objetivo: normalizar el dolor ajeno, alimentar el egocentrismo y activar una indolencia tan mortífera como los misiles.

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Se la cogen con papel de fumar para convocar un Consejo de Seguridad, discuten si suspender o cesar es el término adecuado mientras se amontonan los cadáveres. Asusta ver que quien sufrió genocidio lo practique, quien calló ante Hitler, lo haga ante Netanhayu o emita un leve murmullo, como si el dolor sufrido le diera crédito para aplicar la misma receta. Ofende comprobar que disputas partidistas vean en la masacre una oportunidad para marcar territorio y distancia, obviando que los muertos ajenos y lejanos son también muertos y que del terror no poseen exclusividad ciertos grupos; también hay gobiernos que exigen su cuota.

A la Historia le dicen 'maestra de vida', pero limitan sus lecciones al ayer, como si sólo sus víctimas fueran dignas mientras ocultan las actuales, evitan ordenar el presente y orientar el futuro. ¡Qué pena limitarse a llorar a aquellas mientras se fabrican y silencian otras, olvidando que comparten destino: tumba o fosa común! Quizá el problema es que la barbarie es el estado común del ser humano y el sueño de un mundo en paz sea eso, sueño, mientras la realidad es una pesadilla. Acaso si escucháramos a esas mujeres, madres palestinas y judías (mujeres del Sol-mujeres por la Paz), que se buscan y encuentran, habría solución, porque les une haber parido hijos, no cadáveres, proyectos de futuro, no víctimas presentes.

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