Si el futuro es cuestión de tiempo, basta dejar al reloj seguir su curso; si supone tiempos nuevos, está por ver; quizá soñándolo, vayamos hacia la nueva caverna. Casos como el de Cloe, quinceañera degollada por un chico, parecen excepción, pero apunta a confirmar la ... nueva regla.
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Se habla del papel de la educación frente el maltrato, pero se la reduce a escuela y familia, olvidando que educa la tribu y hoy cobra poder una, salvaje, reacia a todo control, que gana adeptos a base de mísero 'saber' y 'sabor' sanguíneo.
En el aula oyen palabras coreadas ciertos días del calendario, mas luego tragan, digieren y tararean una lengua propia de zoquetes, doctos en sexo sin seso, sabios de verdades paranormales, actores de acciones sin filtro, simios revestidos como sumos sacerdotes, consagrados por votación popular, que se creen dioses al eructar barbarie, en un mundo donde las nuevas titulaciones parecen expedirlas el ruido tumultuoso frente al silencio discreto y reflexivo.
Se exigen responsabilidades a la escuela, pero se normaliza el desfogue virtual; lo que tejen de día, con sus limitaciones, las instituciones sociales, lo desteje de noche una tribu de apariencia plural y uniforme propuesta. Se piden principios y valores a la escuela, pero se permite la mentira, jalear la estridencia y utilizar el insulto en las redes. Hable de paz la escuela mientras escuchan el ruido de odio en las redes, forme sobre sexo el aula dejando al niño al cuidado de la pornografía, reflexione la escuela sobre solidaridad mientras el joven integra análisis racistas de nuevos profetas, lean poemas sobre la igualdad el Día de la Mujer Trabajadora sin dejar de divertirse con el vídeo del macho alfa en Tik Tok.
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Y es que se impone, tolera (¿y potencia?) la idea de la institución como cauce represor frente al aire liberador del vómito en las redes.
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