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Una de las paradojas actuales más curiosas es proclamar un discurso en favor de la libertad mientras se impulsa una educación reglada y no reglada –supuestamente– neutra. Nunca los jóvenes (y los adultos) dispusimos de tanta información y usamos tan poca, nunca la enfrentamos tan ... pobres de criterios. Defenderlos es arriesgarse a ser tachado de manipulador, vampiro succionador de mentes, mientras quien dicta sentencia pontifica y sienta cátedra desde su púlpito virtual es admirado como la recreación de la 'La libertad guiando el pueblo.
Crece por acción u omisión, indolencia o deseo, el descrédito y desprecio del saber y el sentido común, ignorados ante un concepto de libertad que iguala toda opinión: pesa lo mismo la del científico que la del negacionista, la ética que la estética, el informe médico que la práctica curandera; el sabio no merece más crédito que el pescador de red (social) y el saber deja de ser luz para volverse ladrillo agresivo contra la sagrada libertad del 'bocachancla', novel disfrazado de Nobel. Así se justifica lo inaudito ante el tribunal de la razón: cabe elegir bulo como animal de compañía, gurú exótico y mundo al gusto aunque no exista. La libertad renuncia a la condición de elección juiciosa para ser manantial del sediento deseo. Cuando el bebé sin dientes mete en la boca más de lo que puede, en vez de crecer arriesga su vida; tragar sin masticar no garantiza crecimiento. Quien así obra terminará comiendo papilla toda la vida.
Acaso olvidamos –o ignoramos– que ciertas virtudes no vienen de serie, que no son sinónimos ser homínido y ser humano, alcanzar la posición bípeda y la lúcida, visitar Altamira y habitarla. El proceso de humanización se logra (o frustra) en el camino. Curioso afán humano por autodestruirse intentando caminar con la vista atrás y recuperando taparrabos.
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