El amago de visita 'casual' a Covadonga del sr. Abascal –al final fue de procesión con Milei a Argentina–, nostálgico de la caverna platónica y su visión oscura del mundo, invita a reflexionar: 'cueva de la Señora', abrigo abierto a todos, o caverna, Arcadia feliz ... a la que alguno sueña volver al creer la negra y larga caverna de la que salimos preferible a la cavidad amplia donde cabe y se acoge a todos. Aprendí y admiré a creyentes –laicos, monjas, obispos, curas…– que forjaron una Iglesia comprometida y abierta, una Iglesia, ¡cómo no!, crítica, llamada a cuestionar a los gobernantes, al mundo y, por supuesto, a sí misma.

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Nací y crecí en una Iglesia negada a pactar con el diablo, ideologías o el dinero, capaz de cuadrar crítica radical con cuidado en las formas, que ajustaba el verbo y el predicado sin juzgar al sujeto, sabedora de que sólo quien está libre de pecado está en condiciones de arrojar la primera piedra; una Iglesia que cuestiona sin avinagrar, interpela, pero no riñe y busca, sobre todo, lo que une a favor de un mundo mejor. Por eso me preocupa –y ocupa– que un lugar lleno de significado, del que existen visiones y percepciones distintas, pero que, más allá de credos, comparten tantos asturianos, un espacio de encuentro, alguien intente reducirlo a lugar exclusivo –y excluyente– de ciertas visiones, reservado para ciertas sensibilidades, a menudo, insensibles con el diferente.

Es tarea eclesial impedir que Covadonga sea utilizada por nadie para convertirla en lo que no es, un lugar de afirmación propia frente a su esencia de convivencia y encuentro; mejor cuidar y cultivar el simbolismo de una cueva acogedora y combatir la tentación de reducirla a oscura caverna. Nadie soy para dar lecciones; lo sé, no todo cabe en Covadonga, pero sin duda, admite más que una lectura única, uniforme y excluyente.

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