Virtud camaleónica ajena a extremidad derecha o izquierda, tiempo y lugar, legislatura y escaño, décadas y despachos... Resistir la vida entera. Los años no pasan por ellos, casados a la vieja usanza; parecen corchos capaces de flotar en aguas tranquilas o turbulentas, con bonanza o ... tormenta. Les salieron los dientes en el primer cargo, se van del último con postizo y mueren con las botas puestas y los votos puestos. Llegan sin dientes, acaban sin ellos tras una lucha titánica por sobrevivir.

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Lo maman cual lactantes, se inician de delegados en Primaria, son destetados en juventudes añejas hasta tocar concejalía, tras asesorar a quien un día suplirán; alcanzan el éxtasis como diputados regionales para, si no llegan a la cima, derivar en director regional o amanuense de discursos del jefe hasta que, llegada la cincuentena, pelean un hueco donde resistir hasta tocar el júbilo del jubilado. ¡Qué capacidad!, valer para edil, diputado, director regional, secretario, con o sin cartera… Hasta la victoria final y la derrota de principios. Los menos completan el triatlón en el Senado, cementerio paquidérmico, los más en un despachito, gerencia de fundación municipal o al abrigo orgánico del inorgánico partido.

Cierto que al modelo clásico le sale un competidor: el velocista, experto multicompetencial forjado en universidades de nuevo cuño y viejo truco o el decatleta multiusos que exhibe su independencia ajena a credos, mochilas y carnés. Esa virtud le ayuda a saltar de ministerio a ministerio, de una opción a la opuesta, de despacho a empacho, merced a una independencia deudora sólo de su propia voracidad, hasta que la ley de gravitación y las bajas temperaturas externas le confirman como potencial mediofondista transitando hacia el maratón final: un bufete independiente, actividad liberal o tertuliano avezado.

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