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Los radicales libres son bichitos peligrosos por inestables. Se dañan a sí mismos y a los que tienen al lado. Reaccionan con desmesura provocando el caos. Los hay en todos los lugares. También en la península, pero por alguna razón los españoles atraen la atención. ... Quizás por el juego que su pasión da en el arte. Ya sea captados por Goya, matándose a bastonazos mientras se hunden en el lodo hasta los corvejones; o en la literatura. Saint Exupery, que era francés y aviador en la guerra civil, escribía que en España se combatía poco y se fusilaba mucho. Lo mismo dijo Lord Eliot en la primera guerra carlista, e intento pararlos con un convenio. No lo consiguió. Por aquel tiempo hubo cruentas guerras civiles entre los vecinos: Francia, Portugal o Gran Bretaña. Unas aspiraban a salvar a la humanidad a costa de una generación, otras a imponer una dinastía, o a ser un Reino Unido, en contra de la opinión de los escoceses. Aparentan ser guerras flemáticas. Aquí, en cambio, hubo una tan exorbitada que semeja realismo mágico, y tan olvidada que parece que España perdiera su imperio en un momento de distracción.
No fue así. Al contrario, desde 1808 a 1824 entre Nuevo México y la punta austral, miles de españoles, peninsulares e isleños, combatieron y murieron al lado de otros españoles, americanos de todo color y condición, enfrentados a iguales. Lo cuenta Juan Albi en 'Banderas olvidadas'; entre otras cosas, porque el ejército realista fue el derrotado y se convirtió en maldito. Sus escasos componentes europeos lo fueron por perdedores y los americanos por traidores. Ambos habían peleado dentro de una organización muy original: el Ejército Americano, del que salieron los jefes que se enfrentarían en la península en las guerras civiles siguientes: Rafael Maroto, carlista, y Baldomero Espartero, cristino. Y muchos más, como Jerónimo Valdés, Rodil, la Serna, Primo de Rivera, o Valentín Ferraz.
Hasta el XIX la presencia militar en América era escasa. La componían unidades nominalmente peninsulares, cuerpos fijos, y milicias. Los dos primeros eran profesionales y el tercero honorífico. La defensa del continente se hacía en la costa, con un ejército americanizado, que no era de ocupación. Eso se nota, además, en los distintos partidos que toma en las diversas demarcaciones. La 'melée' sorprende. Buenos Aires lo recuperan a los ingleses unidades de voluntarios, como el Batallón de Naturales, Pardos y Morenos, que combaten por el rey Fernando VII, como monarca de la Nación Americana, en plena guerra napoleónica. Enfrente, los criollos acomodados pretenden librarse de las trabas metropolitanas, contraer otras, y sujetar a pardos y morenos, que contra ellos pelean encuadrados en unidades de nombre regional: tercio de andaluces, catalanes o vizcaínos. A veces lo hacen con tanto valor que los independentistas les dedican calles, como ocurre en Cauatla (Morelos) con la Atrevidos de Asturias y Lobera. A falta de metropolitanos la lucha es «entre americanos», como dijo Iturbide, el emperador mejicano. Que en Argentina se combaten bajo la misma bandera, la española, hasta que en 1812 Belgrano enarbola la celeste y blanca. En Venezuela está el noreñense Tomás Bobes, comandante de la Caballería Urbana de Calabozo, líder de los llaneros, habitantes de un infierno abrasador, lleno de tigres, culebras y garrapatas, que en junio se convierte en un inmenso lago. Ellos se pronuncian por España, y pelean contra tropas independentistas, mandadas por españoles. Así Bobes recupera Venezuela, y luego muere como desmedido personaje, ensartado en lanzas. El guerrillero Javier Mina, desembarca en 1817 con medio millar de veteranos de las guerras napoleónicas, y los pone a pelear contra los realistas. Que en Chile combaten a Carrera, sargento mayor de los Húsares de Galicia en la Guerra de la Independencia y a Bernardo O´Higgins, hijo de virrey y anterior oficial del ejército realista. Lo mismo que Manuel Blanco, quien manda la escuadra chilena, compuesta por navíos de procedencia inglesa, norteamericana… Y española, pues el Apostadero Real le había vendido sus barcos. Cartagena, la toma una escuadrilla independista dirigida por el criollo José Padilla, que había participado en Trafalgar. El punto final se pone en Ayacucho (Rincón de los Muertos) donde «el Ejército Real era más americano que el de los enemigos». Después volvieron seis centenares de soldados, que fueron purgados por Fernando VII. Otros se embarcaron en el convoy que había de llevarlos a Manila, en las Marianas se sublevaron y después de abandonar a los oficiales regresaron a América y vendieron los buques.
Esta guerras darían una estilo radical a las posteriores, concretado en protagonistas y hábitos, tales como el fusilamiento de prisioneros, la estampa lancera de la caballería, los obispos de la guerra, los curas trabucaires, los comités guerrilleros, los batallones de republiquetas, los generales espadones, las patentes diferencias entre mandos de carrera y por méritos de guerra, y el furor repentino y destructivo de lo común. Materiales que aquí pesaron sobre la realidad y que el genio valleinclanesco convirtió en estampa esperpéntica y mágica que atrae a los de fuera, que no tuvieron tanto mundo e historia.
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