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Son malos tiempos para el coche particular. Ahora que la obsesión por lo verde roza la paranoia, el pequeño utilitario se ha convertido en la cabeza de turco ideal para dirigentes con pocas ideas en materia medioambiental, profetas de lo eléctrico y metomentodos que no ... saben vivir ni dejar vivir. Los utilitarios diesel, antes ejemplo de eficiencia, son ahora un foco infecto de gases y su uso particular debe ser restringido al máximo, dentro de un modelo global de ciudad en el que, si no trabajas en el centro, es tu problema.
Todo este pequeño rollo viene a colación de las directivas europeas para las ciudades a los que grandes y pequeños reyezuelos se han empleado con fruición a pesar de que son sólo eso, recomendaciones. Hay interés por rebajar las emisiones pero no menos por llenar las calles de patinetes y coches eléctricos porque, al final, gran parte de la obsesión por desincentivar el motor de combustión es para hacerle un hueco a las pilas rodantes, esas toneladas de baterías tratando de mover cuatro ruedas de los que se presenta como un logro tener autonomías de doscientos kilómetros, volviendo casi a promedios de cuando Isabel II venía en diligencia a tomar baños de ola a Gijón. Y esperen a que pase un año de coche y piensen en qué se queda la batería del móvil después de cincuenta recargas.
La bajada de velocidad máxima a 30 por hora, pese al loable pretexto de salvaguardar la vida de los peatones, tiene mucho de adecuar las ciudades a las ¿prestaciones? de los actuales coches eléctricos. Evidentemente, no es nada difícil convencer a los ayuntamientos de que saquen los radares al sol y se dediquen a sangrar los bolsillos, con carácter educativo, líbrenos el Señor, de aquellos que circulan a la vertiginosa velocidad de cuarenta por hora, más lento que las Vespinos con las que cortejaban nuestros padres y un poco más rápido que el coche a pedales con el que acabábamos estampados en un seto. Aquí, en Gijón, que nos gusta la movilidad sostenible y los atascos asumibles más que un helado a un niño, hemos sacado el radar como si fuera una churrera. La escabechina de multas ayuda más bien poco a concienciar, porque la autoridad que se exhibe deja de serlo. El futuro nos obligará a ir más lentos, pero tampoco hace falta excederse a la hora de 'convencer'. Y porque, aunque a muchos les sorprenda, hay quien usa el coche porque lo necesita, porque trabaja fuera del centro o porque tiene necesidades familiares.
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