Creo que el ministerio de Educación parte de un pequeño malentendido. Según ellos hay que motivar, ergo 'aprender' puede ser divertido, excitante, abracadabrante. Bueno, quizás eso sea así cuando estás de vacaciones y el guía te cuenta en Sigüenza la historia del Doncel, y sabes ... que luego te vas a meter un chuletón con un buen tinto reserva. La realidad es que 'aprender' implica voluntad, esfuerzo, frustración. Aprender no es que te entretengan, requiere atención, concentración, reflexión, estudio. Aprender, y más siendo un chaval en la ESO, es un dolor de huevos (o de ovarios). Así de claro. Salvo casos muy excepcionales, los chavales no aprenden porque sus papás les digan que es bueno para su futuro, sino porque existe la amenaza del suspenso, y eso implica castigos a discreción por parte de la parte contratante. Y si ustedes no se acuerdan de lo duro que era estudiar, intenten, por ejemplo, aprender un idioma nuevo o hacer una carrera. Ya me contarán.
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El Ministerio de Educación dice que ya no habrá exámenes de recuperación de las asignaturas suspensas, que quedan eliminadas las famosas repescas de junio o septiembre, que no habrá límites de suspensos, que 'repetir' debe ser algo excepcional. Dice que los suspensos dejan de constituir una referencia para los alumnos, padres y profesores. Dice que dependerá de los profesores estudiar la situación del alumno para que continúe su carrera a pesar de catear unas cuantas asignaturas. La nueva (y alucinante) epistemología nos asegura que un alumno puede tener la competencia para gestionar los conocimientos del siguiente curso sin haber dominado los del anterior. O sea, tu baremo puede ser apocalíptico, pero ahí te ves, sentado de nuevo con Adelita, esa morena que te gusta tanto y que las ha aprobado todas. Ahí estás: porque eres buen tío, porque caes bien, porque das pena, porque no des más la vara. Por cualquier cosa menos porque hayas dado la talla, igual que Adelita, que está tan buena, a ver si este curso te deja arrimar cebolleta. De todo lo dicho, se extrae una cosa estupenda: los chavales podrán disfrutar del verano como Dios manda. A eso sí tienen derecho. A salir con herramientas cognitivas para enfrentarse a la vida, a crear el callo que te dan las frustraciones, a enterarte de que no te van a regalar nada cuando estés en competición, a eso no hay derecho. Pero a ponerte moreno, beberte unos botellines de cerveza, no tener traumas y estar mullidito en el seno de la familia y del Estado; a pasar de ser funcional a colateral, sin que nada te cree dificultades ni fiascos, sin que nadie te advierta del Principio de Peter, a eso sí, a eso hay derecho.
Tengo en mi panteón de pesadillas particular a un cura, el padre Valdés, profesor de Lengua en los Dominicos de Oviedo. Aún sueño con él. Yo era un zote para el análisis de oraciones, y el padre Valdés me tuvo un verano tras otro en la playa, repasando los sujetos y los objetos directos y los circunstanciales: todo por la salvación de mi alma. Yo, entre el salitre y el sol, me acordaba del padre Valdés, de cada hoja de su árbol genealógico. Y me preguntaba por qué aquel señor me estaba amargando los veranos, ya digo, uno tras otro: no fallaba. Y yo cantaba aquello de Los Chunguitos, 'Libre, libre quiero ser, quiero ser, quiero ser libre…'. Tardé años en comprender que, en la versión del padre Valdés, la traducción era ligeramente diferente: Quiero ser un zoquete. Y a mi particular némesis se la traía al pairo la corrección política, mis maldiciones, la congoja de los padres, los planes de vacaciones, las quejas a la superioridad. El padre Valdés no dejó de estropearme veranos hasta que aprobé con un cinco raspado. En la actualidad, y ya con una carrera de escritor asentada, continúo sin saber analizar bien las oraciones, pero posiblemente mi forma instintiva de estructurar los párrafos tiene algo que ver con todas aquellas horas en la playa, maldiciendo y analizando texto tras texto. Desde esta tribuna, y ya a toro pasado, mi agradecimiento al padre Valdés, allá donde se encuentre.
Ahora que les he contado la historia del padre Valdés, y ya han sacado sus conclusiones, enfilaré la recta final de este artículo, que no es más que hablar de la estulticia. Según la RAE, 'estulticia' significa ignorancia, necedad o estupidez de una persona. Es decir, ser un zoquete. Crear zoquetes es un muy fácil, basta con eliminar las espadas de Damocles de los suspensos, hacerles creer que no hay consecuencias de su vaguería, que hagas lo que hagas no fracasarás y seguirás con Adelita los cuatro cursos de la ESO. Que no habrá diferencias, ni aprobados ni notables ni sobresalientes. Que todos seremos iguales, que los profesores harán la vista gorda. Que el padre Valdés es solo una leyenda, el ogro de los cuentos. No quiero pensar mal, no quiero creer que se hace para evitar las malas estadísticas de repetidores que nos dejan en evidencia ante la UE, o para crear clientelismo ideológico. Vamos a suponer que es bondad, buenrollismo, ganas de que la gente no sufra. Sin embargo, ahorrarles la angustia y el sofocón en la ESO va a producir muchísimo más dolor después, cuando llegue Paco con la rebaja. No vamos a repetir lo de la 'cultura del esfuerzo' o la 'búsqueda de la excelencia', o lo del 'elogio de la mediocridad', vamos a poner el foco en el placer, en el gusto, en la satisfacción. Esta no va a llegar porque nos hagamos los locos con el chaval que no da un palo al agua y lo pasemos de curso, sino cuando el mismo chaval, tras pasarlas canutas estudiando los malditos sujetos y predicados, pueda mantener una conversación sensata sobre la realidad, y en un par de idiomas más. Eso da placer, porque el conocimiento lo concede, pero no cuando se está adquiriendo, sino cuando se puede gestionar con solvencia. Lo otro es suicidarse socialmente, y más los hijos de las clases menos pudientes, que solo cuentan con sus cuernos quemados para abrirse paso en un mercado de trabajo globalizado. Lo otro, es mera demagogia, escamoteo del futuro, buenismo de garrafón. Pan para hoy, y desesperación para mañana.
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