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Andamos los asturianos al calor estival soportando los augurios de un otoño gélido. Cansados muchos de lo vivido en los últimos tiempos y con la perspectiva nada halagüeña que ofrece una coyuntura incierta, el verano, festivo y sin restricciones al fin, ha llegado como un ... bálsamo social. Aunque son pocos quienes se atreven a mirar al futuro más allá de la próxima esquina y menos los capaces de ofrecer algo más que aflicciones o cataplasmas. Tal vez por eso contrasta tanto cualquier ambición más allá de rebañar la escudilla de siempre. El nuevo propietario del Sporting, Alejandro Irarragorri, apenas se enfrió la tinta del contrato de compra del club, puso sobre la mesa el proyecto de convertir Gijón en sede del Mundial de Fútbol en 2030. Un proyecto que supondría situar a Gijón en un selecto club de ciudades, pero que trasciende con mucho los límites de la ciudad. Resulta tan difícil que ningún político pueda oponerse a esta iniciativa como el camino que aún queda para alcanzar el éxito. De momento, se ha conseguido que la ambición supere al miedo. Y eso en los últimos tiempos no debe desdeñarse.
Asturias, donde quizás con demasiada frecuencia perdemos tiempo y resuello en la autoflagelación, no anda sobrada de propuestas ambiciosas ni de quienes estén dispuestos a afrontar retos. Pero tampoco es un páramo regado con sal. Hay quienes desde hace tiempo se empeñan en demostrar que invertir en Asturias no es un síntoma de locura. Con un compromiso que desmiente los tópicos y debería ruborizar a quienes se aferran a las medianías para imponer su mediocridad. Y por lo visto, tampoco es imposible que incluso llegando desde otro país, haya quien encuentre razones para creer en las posibilidades de esta región. Tal vez la candidatura de Gijón como sede del Mundial no supere la dura criba del proceso de selección, lo que dará a los habituales expertos en adivinar el pasado otro argumento para fustigarnos. O quizás, tampoco sería la primera vez, consigamos lo que muchos juzgaron antes como una ensoñación. Pero incluso en el camino del fracaso, tendremos ocasión de realizar el infrecuente ejercicio de olvidarnos un rato de nuestros complejos y defender juntos lo que merece la pena de esta región. Que también lo hay.
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