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Lo que guarda Putin en la cabeza es algo muy típico en los líderes que tocan el cielo. ¿Que qué cielo? El del darwinismo social, ese que les transforma en bestias territoriales a la búsqueda de un espacio vital y de un imperio bajo control. ... La historia muestra ejemplos de ello para dar y tomar. Recuerden los viejos imperios, egipcio, hitita, babilonio, chino, asirio, griego, o el romano de los Césares que dominaban toda la cuenca del Mediterráneo y tierras adyacentes, entre las que estaba la Judea en donde el gobernador Pilatos se desentendió del Jesucristo. También cuenta el de los mongoles de Gengis Kan, Señor Universal, que iba desde Corea al Báltico. Y no digamos el de los Austrias españoles, un Nuevo Mundo en el que el sol no se ponía, y que circundaba el globo desde el continente americano a las islas Filipinas, bautizadas con el nombre de Felipe II. Y luego están los imperios inglés, francés y otros europeos que imbuidos de darwinismo, esclavizaban y expropiaban a asiáticos o africanos considerados menores.
El cerebro del hombre imperialista se trasluce muy bien en una anécdota que contaba el director de cine Juan A. Bardem. Exiliado de la España franquista, gozó del apoyo de los gobiernos búlgaro y soviético para filmar películas de propaganda con toda clase de recursos a su disposición. Y Bardem decía que era una gozada eso de coger el megáfono en el rodaje y decir: «¡a ver, esos cien mil extras, un paso a la derecha!». Un mandato similar estaba alojado en la cabeza del Napoleón que invadió Europa y Rusia, y que incluso en España nombró como rey a su propio hermano Jose I Bonaparte, 'Pepe Botella'. Ese mismo pensamiento invadía la mente trastornada del Hitler, que trató de ocupar Rusia para convertirla en provincia del Tercer Reich. Por cierto, unos kilómetros al norte de la hoy bombardeada ciudad ucrania de Járkov se halla Kursk, escenario de una bestial batalla en la que se usó el mayor número de carros de combate jamás conocido: un millón de hombres y 6.000 tanques por el lado de Stalin, y unos 5.000 tanques y 800.000 soldados por parte de Hitler. Imaginen cómo disfrutarían algunos malos remedando hoy algo parecido, y piensen en un tonto como el Kim Jong-Un al mando de la tropa. Para echarse a temblar. Más ahora, cuando ese tal Putin, con complejo de Alejandro Magno, amenaza a sus prójimos con bombas atómicas que guarda en los arsenales. Lo cual suena a Hirosima y Nagasaki, pues su uso obligaría a otros a dar una posterior réplica proporcional y adecuada a tal ataque. ¿O no?
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