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Quién lee hoy a don José Gusto Trinidad Martínez Ruiz, nacido en Monóvar (Alicante) el 8 de junio de 1873, esposo de Julia Guinda Urzanqui, forjador de la llamada Generación del 98 y vecino del número 21 de la calle Zorrilla, donde vivía casi como ... un monje, pero siempre a la sombra de Julia Guinda Urzanqui? ¿Quién lee hoy a Azorín? ¿Quién repasa hoy las páginas magistrales de 'Castilla', las un poco ingenuas y en exceso eruditas de 'El efímero cine' con las que el propio autor abre el librito impreso por Afrodisio Aguado, S. A. (1953) y en el que escribe: «Soy espectador novicio en el cine; es para mí arte nuevo el séptimo arte; voy a concretar en algunos puntos lo que pienso del cine. Primero. No me avengo a designar las obras del cine con el vocablo 'película', es decir, 'piececita', como la trástana en la granada, la fárfara en el huevo, la brizna de la nuez [...]. Repugno este diminutivo humilde para obras grandes [...]. Un pantallista, director de cine, ha creído representar el siglo XIX -en su aspecto aristocrático- en escalinatas y columnas; puede ser; puede no ser. Cada siglo tiene su plástica [...]. Pantallistas, cinemáticos y guionistas deben saber - y si no nada saben- que no se trabaja para la pantalla como para la escena. El cine se diferencia del teatro, entre otras cosas, por su privilegio del símbolo...
Yo leo poco a Azorín. Pero he de contar la verdad. Reorganizando mi biblioteca -casi siempre en su orden desorganizado-, di con un ejemplar de 'Leyendo a los poetas' (Colección Variorum, Librería General, Zaragoza 1929) y, pequeñas vanidades aparte, me puse a releer las escuetas palabras con que el escritor levantino me dedicó este libro: «A José Antonio Mases, cordialmente. Azorín. Madrid, 22 de marzo de 1952». Estoy orgulloso de ellas.
'Pepe' -para Julia Guinda, claro-, era un ciudadano ejemplar, hombre esquivo con el mundo al que pertenecía y antiguo anarquista de paraguas rojo que sus colegas de tertulia tildaban de friolero, y con razón. Don José siempre tenía frío. Tanto en diciembre como en agosto se paseaba, siempre aterido, por la Gran Vía madrileña, ceñida al cuello, y cubriéndole la boca, su proverbial bufanda de lana ovejera.
El buen amigo -y leal republicano- Luis Arias Argüelles-Meres, recién escapado a la otra orilla, recordó en una de sus crónicas, casi siempre escritas 'Desde el Bajo Nalón', la epístola que, allá a principios del siglo pasado, dirigiría el ovetense don Ramón Pérez de Ayala al levantino Azorín: «Te hallas, amigo, ahora, en mi amada Vetusta/, la noble, la sarcástica, la devota, la augusta. ¿Acaso sientes que esta mi ciudad te convida en su tácito seno a afincar de por vida? En 1905, y siempre acompañado del autor de 'A. M. D. G.' (1910). Y después se desplaza, en compañía del vetustiano Don Ramón, a San Esteban de Pravia y San Juan de la Arena, con el fin de visitar a Rubén Darío y escribir más tarde que «el chocar de los remos en el agua hacía saltar un reguero maravilloso de chispas fosforescentes, lívidas, que brillaba y desaparecían en un segundo...». Martínez Ruiz visita los más emblemáticos lugares ovetenses: el Paseo de los Álamos, el Campo de San Francisco, El Fontán, Cimadevilla...
«Los Álamos -escribe- es un viejo paseo, dos largas filas de estos finos, esbeltos, sutiles árboles lo bordean. A un lado se extienden unos sombríos jardines. Seis, ocho, diez paseantes marchan lentamente, en silencio, uno de ellos avanza hacia nosotros.
«-Querido Melquíades, ¿qué pasa en la ciudad?.
«-Nada» -dice, sonriendo, el gran orador, que viene todos los días a la vetustiana alameda.
Hoy, tiempo de apresuramientos, mascarillas y lazaretos a causa de ese indeseable bichito bautizado como covid-19, repito la pregunta: ¿Quién lee hoy al austero esposo de Julia Guinda, el escritor de rostro adusto, mirada limpia y escrutadora, manos embutidas en los bolsillos del abrigo tronado y notable figura del Grupo de los Tres -con Baroja y Maeztu-, forjadores de la Generación del 98?.
Dejo en su sitio el libro dedicado y busco en mi biblioteca otras cosas de Azorín, entre ellas 'Castilla', a la que aludo arriba.
¿Nada entre dos puntos? ¿Qué torva mirada crítica ve sólo espacio vacío -o, cuando menos, desperdiciado- en la altísima prosa que campea a lo largo de la obra azoriniana, de la que habló, muy lisonjeramente, el filósofo de 'La rebelión de las masas'?: «¿Primores de lo vulgar?».
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