Un proyecto de región
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España ha elegido la cultura sidrera como su candidata ante la Unesco para convertirse en Patrimonio Mundial. Un paso decisivo para conseguir un reconocimiento anhelado y un éxito forjado en el trabajo constante de todo un sector, el esfuerzo de una denominación de origen que ... se implicó sin reservas cuando muchos tenían dudas y el trabajo de quienes supieron redactar una propuesta capaz de reflejar que la sidra, en el caso de Asturias y a diferencia de otras regiones, es mucho más que una bebida. El sector sidrero ha sufrido como pocos el golpe de la pandemia. Los bares cerrados, las barras prohibidas y los cambios de consumo impuestos por las limitaciones se han cebado con la bebida regional. Una dura prueba para la sidra que en su momento más difícil demostró cuánto significa para los asturianos. Resulta difícil imaginar con cualquier otro producto una reivindicación como la que miles de asturianos hicieron de la sidra durante el confinamiento. Con sus botellas en los balcones y el orgullo por defender algo que forma parte de la identidad asturiana. La sidra ha sido también un símbolo de la resistencia de Asturias desde que comenzó la pandemia. La reacción de los asturianos no hizo más que demostrar lo acertado de la candidatura, aunque durante mucho tiempo no pudiese celebrarse ningún acto público de apoyo. «La cultura sidrera ha sobrevivido a todos los ataques que ha sufrido». Las palabras del director de la cátedra de la sidra, Luis Benito García, se llenan de sentido tras lo mucho que le ha tocado penar a la sidra en los últimos meses.
El reconocimiento como Patrimonio Mundial, que al fin se ve cercano tras superar la difícil criba de la selección entre las candidatas españolas, ofrece a la sidra la oportunidad de una promoción tan necesaria como diferencial. También la ocasión de reflexionar sobre el futuro de una bebida que también necesita quitarse el complejo de pariente pobre. La sidra ha sabido evolucionar sin olvidar su tradición. Cosecheros y lagareros han realizado durante los últimos años un esfuerzo no siempre bien entendido para elevar el listón de la sidra con cada corchado. Sin embargo, aún no han logrado superar el lastre que supone un precio unificado a la baja y que no se corresponde con las distintas calidades y costes. Ni siquiera el icónico escanciado, un rasgo único y diferencial, se valora muchas veces como debiera. El futuro de la sidra necesita más que beberla. Desde las pomaradas hasta la barra, la manzana y la sidra merecen un proyecto de región con más derecho, potencial y razones que algunas expectativas de venta habitual.
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