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Ha conseguido Rodrigo Cuevas hablar en Dubái de diversidad y salir indemne. No tanto en su propia casa, donde ha sido incapaz de esquivar nuestra arraigada costumbre de etiquetar hasta lo inclasificable. El artista asturiano participó en unas jornadas en el pabellón español y luego ... aprovechó para hacer un bolo en los Emiratos Árabes. De ahí concluyeron algunos que España había enviado como representante al golfo Pérsico a un «transformista supremacista asturiano». El guantazo al Gobierno acabó en la cara de Rodrigo Cuevas, que no ha tenido más mérito, ni menos, que ser él mismo. Un artista que compone, canta, actúa, toca diversos instrumentos y se atreve a mantener una pose en la que algunos ven al Freddie Mercury del folclore. Con todo, el personaje que le ha llevado una vida y muchos conciertos para cuatro gatos hacer reconocible en la escena española ha quedado reducido a una definición en la que incluso lo asturiano suena cargado de desprecio, casi como un agravante. Rodrigo Cuevas se ha tomado las críticas a cuplé.
En cualquier caso, el autor de 'Prince of Verdiciu' rezuma felicidad con esta campaña de promoción gratuita e inesperada, sobrada de insultos y limitada de argumentos. Un artista capaz de subir a un escenario con medias de licra, montera y madreñes ya tiene tan superado el miedo al ridículo como la crítica. Quien se empeña, como él, en viajar por la vida fuera de las carreteras convencionales, debe temer más la indiferencia que el escándalo. Su provocación es una pregunta a la inteligencia. La reacción no le define a él, sino a quien responde.
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