Siempre tan iluminado como tóxico, Juan Carlos Monedero soltó una de esas perlas que definen a quien las profiere: vino a decir que los currantes que votan a la derecha, aparte de gilipollas, no tienen muchas luces. Las tautologías del señor Monedero son así, aplastantes, ... arrogantes, un rayo que moraliza al lumpen. En su posterior enfrentamiento en la tele con Joaquín Prat continuó dándole vueltas escolásticas a sus insultos, y también quiso catequizarle lenguarazmente. Tablas tiene, eso es innegable. Pero siempre que lo veo, no sé por qué, me acuerdo de las memorias de Umberto Silva, que militó en el PCI: «Eramos hijos dispuestos a matar a padres a menudo amables, y a veces hasta cariñosos, para someternos a feroces déspotas de las estepas y del río Amarillo que nos habrían colgado por robar un caramelo».

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Cuando tras una derrota tan incontestable como la de Madrid, se continúan soltando tales baladronadas, por un lado es que estás quemado de verdad y, por otro, quieres seguir empeñado en proteger una mentira, la misma que te permite pagar la cuenta del restaurante Numa Pompilio (a los liberales también nos gusta, pero hay que tener cuidado con los precios). Todos esos currantes que han votado a Ayuso (por cierto, muy buena la cerveza que embotellaron con su rostro), más que pensar en la amenaza fascista, en el ¡no pasarán! y demás quincallería barata, seguramente estaban pensando en proteger su puesto de trabajo, y aunque fueran de izquierdas no son tan gilipollas como para no comprender que si a una empresa le va bien ellos podrán pagar las facturas, educar a los hijos, no vivir en un zaquizamí e irse de vacaciones donde les plazca. A eso, señor Monedero, se le llama dignidad. También se denomina clase media, que es la que paga impuestos. En sus elucubraciones, nuestro gran actor Monedero defiende la toma de los medios de producción y quizás a corto plazo pueda celebrar un par de cenas más en Horcher, Allard, Ramón Freixa o Diverxo a costa de los empresarios, pero a largo plazo, la descapitalización provocará una bajada de los salarios del obrero y un empeoramiento de sus condiciones de vida. Quienes pensamos que trabajo y capital no tienen por qué competir siempre, y que existen vías intermedias en las que todos puedan complementarse, cooperar y enriquecerse mutuamente, comprendemos perfectamente por qué, esta vez, los currantes de Usera han votado a Ayuso.

Los romanos decían 'multa dacunet inter calicem supremaque labra', o sea, que ocurren muchas cosas entre la copa y el borde de los labios. Mientras el señor Monedero se toma sus Valbuenas en Viridiana, Kabuki Wellington o el Coque, al tiempo que diserta sobre el providencialismo, en las calles de Madrid pasaban cosas. Hay muchas causas para la derrota de la izquierda: las alianzas espúreas del Gobierno, la gestión de la pandemia, los insultos a Madrid durante la campaña catalana de Illa, la fallida conspiración de Murcia, los vaivenes de Gabilondo, el gas que podíamos soltar los madrileños en las famosas terracitas, que la capital sea una locomotora laboral... No obstante, si estamos atentos quizás haya una verdad más sencilla: la mayoría de la gente prefiere vivir trabajando que subvencionada. También que los currantes, en un momento dado, ya no miran a izquierda o derecha, sino que piden gestión y que no los crujan a impuestos. Y los gilipollas observan, claro, y contemplan los derroches de la política, las duplicaciones y nombramientos de cargos y asesores con sueldos estratosféricos y prebendas asiáticas, mientras los empresarios y autónomos, que son quienes de verdad crean trabajo, las pasan canutas para llegar a fin de mes.

En la mente del señor Monedero no caben los ingenieros que cobran 900 euros al mes (que los hay), sino que solo hay lugar para una visión folclórica del obrero, casi dickensiana, mineros o trabajadores de fábrica con jornada de catorce horas, autoalfabetizados, en contraposición con el burgués gordo y con sombrero de copa, que se fuma un puro y gasta bigotito y misa diaria, y la señora marquesa, que como se aburre monta una mesa de Domund. No he escuchado ni una sola voz de autocrítica, ni de él ni de toda la izquierda, salvo a Errejón, que aprovechó el hueco de la defensa esencialista para marcar un gol. En realidad, quien se está descapitalizando a marchas forzadas es el partido socialista, y eso, amigos, es un peligro para la democracia. A este paso, los refugiados, los inmigrantes sin papeles, los LGTBIQ e incluso los okupas y los menas, van a votar a Ayuso. En Italia la clase obrera ha empezado a votar a la extrema derecha; en Estados Unidos, las clases bajas votaron a Trump en masa, mientras los politólogos 'progresistas' continúan en sus burbujas, discutiendo, entre los prosaicos ángeles que pueden bailar en la punta de una aguja, la cultura de la cancelación, la prohibición de enseñar a Platón por ser un supremacista griego blanco, los 'safe space' en las universidades, el Islam inclusivo, los 71 géneros que recientemente Facebook proponía para identificarse contra la heteronormatividad, y supongo que, alguno, el coño de la Bernarda.

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Gofio, Paco Roncero, Cebo o el reciente Dani Brasserie: en Madrid, si tienes pasta, hay buenos restaurantes para gastarla. Del señor Monedero y sus jinetes catafractos yo nunca esperé nada, pero sí del partido socialista. Cuando pase la viruela sanchista, deberían ir a tomarse una caña a alguna terracita, y echar un vistazo a los madrileños. Comprobarán un curioso fenómeno: antes, los peces tenían un tabique móvil ideológico, que podía sacarse sin que el pez, habituado a una pecera de cierto tamaño, se decidiese jamás a pasar al otro lado. Simplemente giraba y se volvía, aunque ya no hubiese tabique. Ahora los peces se han dado cuenta del truco. Ojalá, y lo digo de verdad, los socialistas se dejen de crear 'relato' y contemplen la realidad. Ojalá se den cuenta del enorme descrédito acumulado y se pongan a cuidar a la gente. España no se puede permitir un partido socialista absolutamente desnortado. Y a propósito, si alguno de ustedes, lectores, se viene a Madrid, vayan a tomarse una paella al Berlanga: se puede comer bien sin gastar un pastizal.

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