Una de las historias más dramáticas que conozco es la de una mujer que casada en los años 60, tras un breve matrimonio en el que sufrió todo tipo de vejaciones y maltratos, un día, armándose de valor, decidió separarse. Si la decisión no fue ... fácil, la ejecución resultó más difícil aún. Sola, en un pueblo pequeño del occidente astur, pensó seguir el camino de sus hermanos varones emigrando a un país sudamericano en el que ellos habían hecho fortuna y en el que estarían felices de recibirla.

Publicidad

No contaba esta mujer con que su marido, amparado por la ley, se negaría a que se le concediese el pasaporte, por lo que aquella esperanza de lograr una vida mejor, aunque fuese en un país lejano, nunca alcanzó a conseguirla.

Recuerdo este hecho mientras escucho un debate acerca de 'Mujer y democracia', y creo que pese a los avances indudables que se han producido, no debe haber ninguna duda de que todavía queda mucho por hacer.

Como en otros ámbitos de la vida cotidiana, el progreso es evidente, lo que me lleva a rechazar esa expresión de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Son tantas las mejoras sociales de las que se disfruta hoy, que cualquier comparación cae por su propio peso. Pero al lado de esa realidad, inobjetable, hay otra también indiscutible: la desigualdad en la que vivimos. pone en cuestión los logros conseguidos.

Publicidad

Democracia no debe ser una palabra o un eslogan, es un sistema que tiene que ayudar al conjunto de la sociedad a llevar una vida más justa y más humana, y mientras se permita que la mayoría de las mujeres continúen jugando un papel subsidiario y la democracia se entienda como meter un papel en una urna cada cuatro años, el anhelo por el que peleamos parece estar todavía muy lejos de ser conseguido.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad