Privacidad menguante

Nos hemos ido persuadiendo de que internet, tan democrático él queofrece la posibilidad a todo el mundo de mostrar la vida en directo, que allá que va todo el mundo a hacer de todo

Viernes, 1 de marzo 2024, 22:40

Hace tiempo que me obsesiona el hecho de que el transcurso del tiempo haga cada vez más invisible la línea que separa la realidad de la ficción, o lo que viene a ser lo mismo, aunque no del todo, lo cierto de lo falso.

Publicidad

El ... tiempo, la tecnología y la Inteligencia Artificial han hecho que ya se haya quedado antiguo lo del cristal con que se miraba y se definía la verdad o la mentira. Y la progresiva y cada vez más sofisticada manipulación de lo que ocurre y lo que se muestra alcanza cotas que harán prácticamente imposible separar lo ficticio de lo real, si es que no estamos ya viviendo en eso que parecía distopía y ha resultado ser costumbrismo.

La privacidad, uno de los aspectos más amenazados por la Inteligencia Artificial, ya hace tiempo que constituye una batalla perdida. Es prácticamente imposible (y muy sospechoso) no encontrar a alguien cuando introducimos su nombre en un buscador, y hablo de lo puramente pedestre, de nuestra tecnología de andar por casa, no digamos ya organismos, estamentos y estados. Nadie se escapa a la vigilancia de ese Gran Hermano cuyo rostro nunca hemos visto (lo cierto es que sospechamos que tiene más cabezas que la hidra más temible) que conoce todo o casi todo de nosotros. Pero, ¡coime!, es que nosotros también se lo ponemos muy fácil, y ya no me refiero a cookies que aceptamos sin leer, e imprudencias varias. Es que nos hemos ido persuadiendo de que internet, tan democrático él que ofrece la posibilidad a todo el mundo de mostrar la vida en directo (y no ya la de las estrellas de Hollywood, ni la de las celebrities de cualquier pelaje, ni siquiera los que han de pasar un casting para entrar en los realities televisivos), que allá que va todo el mundo a hacer de todo: desde ridículas (y muy trabajadas también) coreografías, hasta anécdotas de la cotidianeidad de familias con muchos niños, experimentos culinarios, gorgoritos diversos, gracietas escatológicas, y sobre todo, y esto es lo que más me sobrecoge, confesiones de asuntos tan íntimos que parece que en la batalla entre el pudor y el desahogo, gana sin duda la exhibición que en muchos casos puede parecernos impúdica: personas que hablan de las pérdidas más dolorosas, despechados y despechadas que ponen verde a su ex pareja, relatos pormenorizados de procesos de enfermedades y tratamientos, llantos inconsolables tras suspender el carné de conducir, denuncias de cualquier servicio público o privado, furibundos ataques a suegras (o a nueras), el acabóse del vómito verbal necesario o superfluo. Si el diván del terapeuta sustituyó al confesionario, es obvio que las redes son un escalón más (cuantitativa y cualitativamente) en eso de, además de un desahogo del alma contrita, hacer públicos dudosos talentos para el humor o intimidades, para ir desgranando ante quién sabe quién todos los detalles de nuestra existencia.

Que luego con todo eso, con esa ingente cantidad de información, se pueda modelar nuestra vida, conducirnos sin que nos demos cuenta en una dirección determinada, transformar la realidad, esa sustancia, tan moldeable ya, en lo que ese poder sin nombre ni faz ni silueta, como en la vieja canción, necesite en cada momento, es únicamente la consecuencia tan esperable como indeseada.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad