A los líderes políticos se les suele calentar la boca durante las campañas electorales, tienen soluciones para hacernos felices a todos y acaban siendo prisioneros de su demagogia. Lanzan proyectos y promesas sin pensarlo bien y cuando llegan al poder no pueden cumplir. Esto afecta ... de manera especial a los partidos con posibilidades de gobernar.
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Los pequeños no corren ese riesgo. No firman en el BOE. Pocas veces tendrán que afrontar las reivindicaciones de sus votantes. Prometer desde una tribuna es fácil, pero cumplir desde un despacho, con los presupuestos sobre la mesa, los compromisos internacionales y las circunstancias de cada momento, es otra cosa.
Desde que existen hemerotecas, filmotecas y archivos es imposible que las promesas se olviden. Nuca faltará alguien dispuesto a recordarlas. El pasado se dice que siempre presenta facturas e impone obligaciones al mismo tiempo. Lo vemos a diario en los medios y lo escuchamos de forma mejor o peor razonada en las cámaras. Y lo reivindican los votantes, claro.
Ya se sabe que los programas y mítines siempre están condicionados a las circunstancias de lo que surja después, lo cual explica que no se cumplan. La formación de coaliciones, la necesidad de apoyos para sacar adelante las propuestas y, por supuesto, los condicionantes exteriores, que igual vienen impuestas por las reglas comunitarias que por la meteorología, acaban mandando.
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Estas últimas semanas lo estamos viendo con la derogación, primero, y reforma, después, de la Reforma Laboral. El PSOE se comprometió a derogarla para ir bajando a retocarla y Podemos presiona obsesivamente para borrarla con carácter retroactivo. En el medio están las consecuencias de la pandemia y la vigilancia estrecha de la Comisión de la UE.
Cuadrar este círculo de pretensiones e intereses, muchos de ellos -que digo muchos, casi todos- electorales, mantiene una incertidumbre que ya está pesando en asuntos tan importantes como son la estabilidad empresarial, la evolución de los costes de la vida y, lo que suele resultar más inquietante socialmente hablando, la creación de empleo.
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Los expertos coinciden en que la ley existente necesita actualizar algunos aspectos, pero está proporcionando cierta confianza en el empresariado para salir de la crisis que estamos queriendo superar. Algo distinto es la exigencia de los sindicatos, que ven cómo suben los precios más que los salarios y sostienen que la ley coarta sus reivindicaciones.
Esta pugna no parece recordar que la economía comunitaria está hecha unos zorros, que los Veintiséis esperan como agua de mayo las ayudas para la recuperación y, en Bruselas, los funcionarios que tienen la obligación de manejar bien los números vigilan las veinticuatro horas que nadie cometa algún desliz.
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