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Primero, supongo que es de justicia reconocer la habilidad de la señora Ayuso, y también de sus asesores, para convertir una amenaza -los pactos urdidos por las cúpulas del PSOE y Ciudadanos para arrebatar el poder al PP en Murcia, Madrid y Castilla y León- ... en la oportunidad de un revulsivo en la política nacional que, en una sola jugada, el permite alcanzar unos resultados inéditos para la derecha (57% del voto), que la proyectan como un icono pop en toda España, acaba con Ciudadanos, descabeza a Podemos, debilita al PSOE y convierte en verosímil la posibilidad de que el PP vuelva a ocupar la Moncloa.
Segundo, lo hace, además, con un discurso muy personal, novedoso en la derecha política, reivindicando directamente la libertad. Es cierto que lo hace con un discurso pueril y populista, pero también que conecta con los anhelos de buena parte de la ciudadanía, que percibe cómo sus pequeñas libertades cotidianas se han visto recortadas durante estos últimos años, bien a manos de la gestión de la sindemia pero, sobre todo, del abuso de la corrección política, del identitarismo y la cancelación de grandes sectores sociales en favor de otros, con frecuencia minoritarios. Una libertad que la señora Ayuso ha sabido contraponer, además, a un igualitarismo construido frecuentemente no buscando la igualdad, sino con rentas públicas, recaudadas a unas clases medias y pequeños empresarios que se ven amenazados por las políticas de la coalición gubernamental. Pero, significativamente, nadie sabe cuál es su programa -tampoco el de sus oponentes- para relanzar la economía de un Madrid amenazado por las incertidumbres sobre el turismo, las ferias y congresos y el mercado inmobiliario.
Tercero, apuntaría a que el descontento con la gestión del gobierno parece más amplio de lo que las encuestas sugieren. No sería sólo la gestión, harto discutible, del covid. Es lo que muchos aprecian como radicalismos innecesarios, tanto en el discurso político, desde la constante invocación republicana y antifranquista a la utilización partidista de las instituciones, con frecuencia desde la incompetencia. O la ambigüedad de esa relación, siempre en el filo del alambre, con los grupos independentistas, a los que el actual presidente debe sus investiduras. O la adopción medidas basadas en los que muchos consideran un ecologismo imprudente, que pone en cuestión a sectores estratégicos, desde la fabricación de automóviles o la energía a la movilidad tal y como hoy la conocemos.
Cuarto, cabe preguntarse si la victoria del PP es extrapolable al conjunto una España donde sus autonomías parecen cada vez más heterogéneas. La señora Ayuso ha construido un discurso muy personal y muy adaptado al paisanaje madrileño. Ha intentado definir, además, una «madrileñidad» que estaba latente, pero sin formular, contraponiendo, implícito y algo paradójicamente, el identitarismo excluyente de otras regiones con el universalismo acogedor de Madrid. Superó además su discutible gestión de la primera ola del virus, encarnándose en trasunto de Manuela Malasaña enfrentada al enemigo, en este caso el gobierno de coalición. Y a lo que se ve, con mejor suerte que doña Manuela. Pero el problema, además de su vigencia futura, es que es más una victoria de la señora Ayuso, como la de Galicia lo fue del señor Feijóo o pudiera ser la próxima en Andalucía del señor Moreno, que de un PP, convertido en una suerte federación de agrupaciones regionales en la que su opacado líder no acaba de encontrar su lugar. Aun así, el efecto bandwagon existe. Pero el principal activo del PP tras estas elecciones es que la absorción del voto de Ciudadanos permite, siquiera en parte, la reunificación del voto del centroderecha, clave mientras se mantenga la circunscripción provincial. Siempre quedará, eso sí, la incómoda dependencia de un Vox de suelo muy resistente.
Quinto ¿qué rol que jugará Más Madrid? De la mano de un suave discurso ecofeminista, muy transversal, recoge votos entre amplios sectores de jóvenes profesionales e ilustrados, sobrepasando al PSOE. Un tercer actor, muy madrileño que, si cuajara a nivel nacional, dividiría el voto de una izquierda sorprendida por el vendaval Ayuso y sus implicaciones, y que obligaría a algún acuerdo entre lo que quede de Podemos y el partido del señor Errejón. Los problemas personales pesan más de lo debido en política, y pesan mucho en todo lo que ha sucedido desde aquellas mociones de censura. Pero la retirada del señor Iglesias debería facilitar la reunión de la izquierda y la redefinición de su discurso, alejando en frentismo en favor de otro, que aúne el ecofeminismo con otro, nacional.
Y sexto, el PSOE, cuyo desconcierto quedó patente cuando su Secretario General dijo que iba a «liderar la oposición» a la señora Ayuso. Y no. Atrapado desde 2018 en su estrategia de alianzas y un escenario postpandémico que le obligará a beber la medicina que tanto criticó, esa de la frugalidad y el rigor presupuestarios, el PSOE ve como sus posibilidades de gobernar se diluyen poco a poco.
Por último, está el rol de José Félix Tezanos al frente del CIS, componiendo una inaceptable macla de uso partidista de instituciones pagadas por todos y de incompetencia profesional. Una macla que quizá sea un reflejo de lo que buena parte de la ciudadanía advierte en este gobierno. Y que quizá sea justamente la causa última de la debacle -y que no es la primera- de los dos partidos que gobiernan España.
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