GASPAR MEANA

Y al primer día, resucitamos

Nuestros muertos continúan una vida flotante en sus páginas de Facebook, Instagram y demás redes sociales, un mausoleo digital y eterno de cuentas activas, tumbas virtuales que siguen recibiendo comentarios y mensajes

Domingo, 23 de octubre 2022, 21:47

El gran Bukowski decía que guardaba la Muerte en su bolsillo izquierdo y siempre estaba dispuesto a sacarla y hablar con ella: «Hola, nena. ¿Cómo estás? ¿Cuándo vienes por mí? Estaré listo». Todos tenemos la muerte en ese bolsillo, pero la cosa es si estamos ... dispuestos a mirarle a la cara y tener una charla. Hay temas que tratar: el duelo por la persona desaparecida, el recuerdo de los que se han ido, nuestra propia muerte y el legado que dejamos… Antes teníamos las fotos, los diarios, las cartas, los objetos. Hoy disponemos de una panoplia más amplia, entre ellas, una huella digital, los fantasmas que podemos crear vía tecnológica. El mundo real se superpone con el mundo online, millones de fotos, chats, blogs; nuestros muertos continúan una vida flotante en sus páginas de Facebook, Instagram y demás redes sociales (en 2098 habrá más personas muertas que vivas en Facebook), un mausoleo digital y eterno de cuentas activas, tumbas virtuales que siguen recibiendo comentarios y mensajes. ¿Qué hacer con todo ese almacén de recuerdos?

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Por supuesto, se pueden hacer cofres digitales donde guardarlo todo, o túmulos conmemorativos en el éter, o sencillamente, borrarlo todo y de cabeza a la nada. Sin embargo, hay opciones más epatantes, que nos hablan de la dificultad del ser humano para asumir la vejez, la degradación y la mortalidad. Son remedos de una mis novelas preferidas, 'La invención de Morel', de Bioy Casares: personas que graban sus días en una copia digital, clones virtuales dirigidos por chatbots, que dan voz a fantasmas digitales; hologramas que, en el futuro, esperan una replicación del cuerpo a través de muestras criogenizadas de ADN, donde descargar toda esa información, dizque 'conciencia'. Suena friki o muy espeluznante, lo sé, pero esto ya está sobre la mesa, aunque de momento solo pueda concretarse en series como 'Altered Carbon' o en capítulos de 'Black Mirror', como aquel tan tremendo de 'Ahora mismo vuelvo'. Los optimistas hablan de entes creados por software con los que podremos hablar, como si nuestro padre o hijo muerto siguieran con nosotros. Podría ayudar a pasar el duelo, hasta que, un día decidamos que tenemos suficiente y enterremos a nuestro particular Golem, o lo metamos en un cajón, del que podremos sacarlo y hablar con él cuando apriete la nostalgia, igual que sacamos los álbumes de fotos. Personalmente, creo que no dejan de ser estrategias infantiles para eludir un hecho absoluto, las Moiras, que van a cortar el hilo de nuestra vida ya te escapes a Samarra o no. Además, esa obsesión por repetir determinadas experiencias es inútil, porque todos sabemos que ciertos momentos se convierten automáticamente en los últimos, su misma naturaleza impide que se den de forma idéntica. Resumiendo: no vuelvas a los lugares donde has sido feliz.

Dentro de toda esta negación de la muerte, hay derivadas interesantes. Los hologramas del rock, con cantantes como Frank Zappa, Frank Sinatra o Ronnie James Dio (qué grande su canción 'Rainbow in the dark': tienen que verla en directo) haciendo giras mundiales. Se puede contemplar desde el punto de vista del necrófilo o del fan, admite ambas interpretaciones. O los hologramas históricos, una herramienta interactiva que puede hacer posible una conversación con, yo qué sé, Fernán González, y que te cuente cómo en Burgos alguna vez se quemaron ejemplares del Fuego Juzgo leonés al grito de «¡Malos reyes, muchas leyes!». Asimismo, y para los más morbosillos, tenemos las páginas donde se recogen los últimos tweets del personal antes de que pase la señora de la guadaña (The Tweet Hereafter), un memento mori que a mí no hace más que recordarme el memento vivere, y que hay que disfrutar todo lo que pueda, porque la muerte a menudo te pilla de improviso y viviendo. Disculpen una digresión a este respecto, pero cuando pienso en felicidad me acuerdo de cuando Darwin le preguntó a un pequeño de cuatro años qué significaba ser feliz: «Reírme, hablar y dar besos», respondió el chaval.

Y seguimos, que me disperso: en este nuevo mundo digital, ustedes tienen un montón de herramientas tanto para congraciarse con Mnemosina, la diosa de la memoria, que sabe todo lo que ha sido, lo que es, y lo que será, como para desafiar a Lete, la diosa del olvido. Tienen los ataúdes digitales, donde pueden organizar el material de toda su vida en orden cronológico. Pueden transmitir su propio funeral en directo (incluso se ha puesto de moda que los asistentes se saquen selfies con el muerto: echen un vistazo al blog Selfies at Funerals), o colocar un código QR en las lápidas para que los visitantes puedan acceder a la información biográfica de los muertos. Si está muriéndose, es posible contar el proceso en directo vía timeline en muchas redes sociales. En fin, sin menoscabo de los procedimientos tradicionales de irse al otro barrio, hay una variadísima gama de acciones que, en ocasiones, es de ver y no creer, pero que forman parte del acervo contemporáneo. Shakespeare mismo, tan moderno él, estaría a gusto, basta con recordar aquel soneto: 'De qué estás hecho tú, de qué sustancia, que puedes conformar mil y una sombras'.

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El libro que blasona de todo lo que he escrito y más se titula 'Posteridades digitales. Inmortalidad, memoria y luto en la era de Internet', de Davide Sisto (Katz). Y les animo a leerlo, porque tanto como se escandalizarán se sorprenderán. Por lo que a mí respecta, yo es que soy muy clásico. Evidentemente, habrá que ocuparse de cierto legado digital, por aquello de si en el futuro hay alguien que tenga la merced de investigar mi vida debido a alguna querencia literaria, y poco más. Acto seguido, mis cenizas serán esparcidas en algún prado asturiano para que salgan buenas berzas y lechugas, y ahí comenzará mi dialéctica eterna con la Nada y el progresivo olvido.

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