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Rehúyo escribir en esta columna sobre la política interna de los partidos, pero hoy no puedo sustraerme a trasladar alguna reflexión sobre el tema de las elecciones primarias, asunto que trae en vilo al socialismo gijonés y, por extensión, al asturiano, porque, a riesgo de ... parecer presuntuoso, es algo que no me resulta ajeno, por más que mi experiencia tenga ya unos años. En efecto, como algunos lectores recordarán, en el mismo partido, pero en la agrupación ovetense, hube de superar dos procesos electorales internos para ser candidato a la alcaldía. Y sin obviar apoyos decisivos, la cosa tuvo su mérito, porque la primera vez competí con tres reconocidos compañeros y, la segunda, con una personalidad muy popular, logrando unos porcentajes a mi favor de los más altos del país. Dicho con rubor lo anterior, porque parece inmodestia, voy a lo que entiendo que es objetivo, contendientes al margen.
La participación de la militancia y, en su caso, de los simpatizantes (con el poco rigor que ello pueda garantizar), es algo loable y conforme al mandato constitucional que exige un funcionamiento democrático interno de los partidos. Eso ha sido un logro que ha tardado en materializarse y que ni siquiera está siendo seguido por todas las fuerzas políticas. También es habitual el matizar que, como excepción, en aras de un principio de continuidad y como premio al éxito electoral anterior, los candidatos municipales o autonómicos que ya rigen el gobierno de ayuntamientos o comunidades no sean cuestionados y vuelvan a encabezar las listas. A su vez, esa salvedad tiene otra, para cerrar el círculo, que es, como ocurre ahora en Gijón, que un elevado porcentaje de la afiliación pueda forzar unas primarias.
Técnicamente el planteamiento es irreprochable. Pero las personas no somos arcángeles y hay otros datos a tener en cuenta, y sé que no soy original, aunque pueda aportar mi testimonio y hasta mi padecimiento personal. El primero a tener en cuenta es que toda confrontación, por elegantemente que se plantee, no cauteriza la herida de las diferencias. Suele hablarse de integración de vencedores y vencidos, pero no siempre se logra una amnesia sobre los motivos que llevaron a unos comicios internos. Y es lógico: no todos tienen por qué pensar uniformemente en un partido. Y aunque algunas de las personas que apoyaron la propuesta no ganadora aporten lealmente a una estrategia de consenso, no puede pedirse a todo el mundo la misma generosidad ni ardor guerrero.
Lo anterior tiene una inmediata secuela: la lista electoral. Por conocimiento propio y ajeno puedo aseverar que si el candidato o candidata, ya esté en el poder o como portavoz de la oposición, quiere conservar a sus más estrechos colaboradores, no le faltarán tentativas de acoso y derribo para sacar a algunos de la candidatura… Porque hay que hacer hueco. Y más, si se va a una integración. Nunca fue fácil el equilibrio entre candidatos y ejecutivas y si ha habido cisma previo, menos. Repito que de esto algo sé y uno de mis mayores dolores, en mi exigua experiencia política, fue padecer la descalificación de quienes habían formado un equipo, a mi entender solvente, en el anterior mandato.
Y claro, voy terminando con esta breve reflexión que tiene algo de desahogo tras varios lustros: por fortuna, las organizaciones políticas no son herméticas ni opacas. En esta sociedad en la que los medios de comunicación y las redes sociales nos dan cuenta de todo –real o distorsionado– en pocos segundos, los rifirrafes de los partidos llegan al electorado. No será un barullo, quizá, pero la máxima de que si no logran gobernarse en su casa cómo pretenden regir la ciudad, es algo que no solo se oye en España. A mí me tocó una borrascosa confección de la lista electoral, con intervenciones poco afortunadas (y no me eximo de parte de la culpa), que, sin duda, tuvo consecuencias negativas en las votaciones.
Y es que, ciertamente, los partidos también por exigencia constitucional, son un cauce fundamental de participación, pensando en la sociedad y no en su ombligo. Posiblemente quienes cuestionan candidaturas lo hagan pensando en lo mejor para la ciudadanía, pero no es sencillo evitar la imagen de desorden. Las primarias, por imitación de otros modelos, son el primer paso para confrontar con otros partidos ante el censo general. Pero hay que evitar, con guante de seda y una difícil prudencia, que no parezcan algo primario en el sentido de primitivo, de competición tribal. Y perdón por el símil.
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