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Es una alegría saber que ya hay Presupuestos del Estado encarrilados para 2022. Los ha aprobado el Gobierno y es previsible que la mayoría con que cuenta la coalición los supere sin dificultades en las cámaras. Suele sufrirse tanto en su elaboración, casi siempre tensa, ... que ver que ese trance se ha superado genera tranquilidad.
Más que difícil, es imposible que gusten a todos los afectados. Siempre serán polémicos y, por supuesto, hay que comprender que las discrepancias son inevitables y a veces justas. Hacer un análisis de sus contenidos parte de criterios o intereses particulares respetables, pero no siempre asumibles. Queda por lo tanto a la libertad de cada cual valorarlos.
De momento lo que cabe es analizar sus líneas generales y las cifras que las marcan. La primera nota es que se trata de los presupuestos más altos, lo cual cobra especial significado después de la etapa de penurias de la pandemia. Se trata de unos presupuestos eminentemente sociales como cabía esperar de una coalición de izquierdas. El gasto público también alcanza récord histórico.
Incorporan partidas que no pueden por menos de gustar a muchos. Incluyen mejoras, desde el incremento de las pensiones a las ayudas a los jóvenes para salir adelante. También es interesante el aumento en la inversión pública, que contribuirá a modernizar las infraestructuras, al tiempo que generará mano de obra.
Otra cuestión es cuanto costarán las prestaciones y las mejoras contempladas y cómo se podrá afrontar el aumento de gasto. Se cuenta, por supuesto, con las aportaciones europeas pendientes, pero aún así el resto supondrá un nunca bien acogido incremento fiscal. Habrá más impuestos, tanto a las economías personales y familiares como a las grandes fortunas -menos discutible- y a las sociedades, más complicado.
La demagogia populista considera que deben ser las grandes empresas las que carguen con los excesos de gasto y, desde luego, algo les corresponde. Pero tampoco hay que olvidar que gravar a las empresas repercute en los precios. Al final son los consumidores los que lo acabarán pagando. Ya sufrimos subidas de muchos productos y se temen más.
La gestión de unos presupuestos debe atender a factores fundamentales, como la evolución de la deuda y las consecuencias posteriores, y la inflación, que cuando se descontrola se convierte en el principal problema para la estabilidad social y para el bienestar de las personas. El reto ahora es manejar estos presupuestos y sus proyectos incluidos evitado que estas amenazas se produzcan. El equilibrio deseado requiere mucho tacto.
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