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El pasado día 6 contemplamos estupefactos las imágenes del asalto al Capitolio estadounidense, perpetrado por una horda de seguidores de Trump. Vistas las noticias que llegaban y oídos todo tipo de comentarios, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, me quedo ... muy preocupado por el serio peligro que provoca el populismo, una vez que se instala en las instituciones de un estado, como ha ocurrido con un personaje tan desequilibrado como Trump, que ha gobernado con la manifiesta complicidad del partido republicano.
Es intolerable que un presidente, desde dentro, con todo tipo de estrategias y, sobre todo, jaleando a sus seguidores para que entraran en el Capitolio, haya intentado obstaculizar lo que resulta esencial en una democracia, cual es facilitar el cambio de presidencia, tras haber sido derrotado en unas elecciones libres y democráticas. Se trata de una actitud propia de los regímenes mas dictatoriales y autoritarios que conocemos.
Este populismo no es algo que solo se da en algunas democracias occidentales, ya que, aunque muchos lo nieguen, en nuestro país hay claros indicios de que este fenómeno está resurgiendo de modo bastante peligroso. Estamos viviendo en los últimos años una política polarizada o sectaria, llena de 'fake news', medios de comunicación subvencionados, discursos políticos plagados de eslóganes convenientemente escogidos y llenos de mentiras, palabras huecas, autobombo y autocomplacencia.
Es incuestionable que los populismos pretenden estar por encima de la ley y del propio sistema y, por ello, si poco a poco consiguen introducirse en las instituciones democráticas, por muy sólidas que estas sean quedarán resquebrajadas y debilitadas desde el momento en que puedan ser atacadas desde dentro del propio sistema.
El populismo no es patrimonio de la extrema derecha, como sucede en algunos países europeos, ya que también, como ocurre en nuestro país, está instalados en la extrema izquierda, dándose la circunstancia, además, que si fuera preciso para sus intereses hasta se aliarían entre ellos, como de hecho ha ocurrido en algún país europeo. Por ello, es a todas luces necesario reconocer que tenemos un problema grave, que los nuevos partidos que llegaron con un bonito eslogan de que entraban para regenerar nuestra democracia se han instalado en el populismo y la radicalidad y esto, sin duda alguna, es un grave peligro para nuestro sistema democrático.
Por todo ello, para nuestra democracia es absolutamente necesario que, de una vez por todas, se termine con la confrontación política, llena de insultos y descalificaciones mutuas, y a partir de ahí, persiguiendo permanentemente el consenso, se trabaje para sacar del sistema político a las redes clientelares que tienen los partidos, que han de ser eliminadas para dejar paso a profesionales neutrales con experiencia, conocimientos y capacidad de gestión.
Se ha de alcanzar el consenso, de una vez por todas, para llevar a la total independencia del poder judicial, para llevar a una Fiscalía verdaderamente imparcial, para tener unos órganos de control transparentes y totalmente apolíticos, para tener una vida parlamentaria que persiga el acuerdo y no la confrontación, y, sobre todo, para eliminar todos los privilegios de que hoy goza la clase política, ya que, si todos somos iguales ante la ley, los políticos también lo han de ser.
Los políticos tienen que entender que su gestión ha de ser dirigida a los ciudadanos y no a sus intereses personales y de partido, que han de sentarse en los escaños parlamentarios no para enfrentarse a una continuada guerra, y que, sí o sí, tienen que alcanzar consensos y no confrontaciones permanentes. En definitiva, no populismo y sí sentido de estado para gobernar pensando solo en los intereses de los ciudadanos.
Necesitamos una auténtica democracia liberal y representativa con total respeto al estado de derecho. Si no llegamos a esto, nuestra democracia estará en peligro.
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