Político burbuja

España, el país milagro y de milagros que acaban por desvelarse: el de la transición, el económico de Aznar, el de la industrialización fallida, de la cultura etérea y la volátil honradez o de los genios salidos de la nada adonde siempre vuelven. Un país de ídolos burbuja y salvapatrias, hechos a base de relatos que endiosan lo vulgar hasta revelar la desnudez de su vaciedad oculta. Rivera es el prototipo: el catalán más español, el padre de la transversalidad que aniquilaba derecha e izquierda... confirma que no daba siquiera para botones del bufete que le fichó como crack. Símbolo del joven adulto, promesa hecha realidad que casó el bautismo catalán con la comunión madrileña, acaba su meteórica carrera como acaban los meteoritos; en fin, una estrella fugaz... estrellada.

Todo político deja herencia; él, su ideología burbuja de principios volubles al estilo Groucho Marx. Empezó como fogoso patriota juvenil, pasó a socialdemócrata, viró al centro para girar a la derecha y, finalmente, tropezar con Vox. Hoy, el afán burbujeante y gaseoso de quien sueña permanecer, le hace descubrir la vocación laboralista a juzgar por su lucha en busca de una indemnización de quinientos días por año trabajado para sonrojo de sindicatos vendidos al capital. Lo exige sin ponerse colorado; no contradice su antigua defensa del despido barato: era otra época y, entonces, hinchaba y habitaba otras burbujas.