
Política en la zona rural
EN POCAS PALABRAS ·
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Fernando Caso, ganadero de Suarías, famoso a su pesar, tendrá que abandonar sus cuadras. Declaradas por sentencia insalubres y molestas, sus vacas deberán desalojar el ... establo. Es la ley, pensada para modernizar los pueblos y sacar de ellos el ruido de los cencerros y la contaminación del cucho. Y el fin de un mundo rural en el que el paso de las vacas por los caminos era tan frecuente como fuera necesario. Con el tiempo, muchos ganaderos, allí donde se pudo y alcanzó el dinero, fueron alejando las granjas de las zonas habitadas, construyendo naves y modernizando sus explotaciones. Otros, con menos presupuesto o alternativas, han intentando aprovechar las cuadras de toda la vida, heredadas de sus padres. A merced de que a cualquiera de sus vecinos, quizás alguno que ha comprado una vivienda y unas vistas de postal hace no mucho, le aturdan los mugidos. Es la paradoja de una sociedad cada día más verde, ecológica y sostenible, que ha regulado el campo desde la ciudad sin tener en cuenta orografías ni tradiciones, que disfruta del paisaje de los prados engarzados en la alta montaña, pero escribe las leyes sin distinguir los campos de Castilla de las aldeas de los Picos de Europa. No es de extrañar que los ganaderos miren con recelo el aterrizaje de neorurales que fotografían las vacas de día y les pregunten si no pueden llevarlas por la noche un poco más lejos de su chalé.
Nos encanta el paisaje, pero un mastín campeando es un perro abandonado, un gallo al alba, una infracción de la ordenanza de ruidos y el paso de las vacas por las caleyas, un delito ambiental. Nos gusta el color del campo, tanto que hemos decidido 'verdificar' las ciudades mientras el matorral se come muchas zonas rurales. Se puede admirar sin entender. Y para eso no hace falta irse a Peñamellera. En Gijón, sin ir más lejos, la zona rural, que todos los políticos ensalzan y pocos pisan, ha visto con indignación unos presupuestos en los que se siente olvidada. Mientras se habla de hacer más verde la ciudad, las obras en las parroquias rurales, un cinturón todavía verde que muchas ciudades envidiarían, quedan casi a expensas del remanente, lo que ha llevado al concejal responsable de dar la cara ante los vecinos a pedir disculpas. Con poco éxito, porque de momento le ha respaldado más la oposición que la alcaldesa. Al menos, el edil ha demostrado que intenta no caer en los dos errores más frecuentes de la política cuando se mete en los pueblos: medir su importancia por el número de votos y aplicar soluciones sin escuchar lo que necesitan.
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